«Novak hold the line», escribí hace unos días en Twitter, como apoyando aquella decisión coherente de Djokovic. Lo puse como podría haber puesto cualquier otra cosa, como podría no haber no publicado nada. Lo puse, en definitiva, porque me dio la gana, que es la más sobrenatural de las razones. Y no escribí, como hicieron otros, barbaridades escandalosas o improperios furibundos. No. «Novak hold the line». Nada más, pero nunca nada menos.

Twitter decidió pocos minutos después —así es como se toman las malas decisiones— que yo había incumplido las Reglas, como si hubiera violado la charía del buen ciudadano, como si hubiera alzado demasiado la voz, como si hubiera escrito lo que no debía. Twitter decidió, pocos minutos después, cerrarme la cuenta. Porque oigan, «¿la fiscalía de quién depende, eh? ¿de quién?». Y los niños, «¿a quién pertenecen?». Y lo que está bien escrito y lo que no, ¿quién lo decide? Lo cierto es que, tirando de hemeroteca, no sé en qué momento pude escandalizarme.

Si Adriano Erriguel nos anim  a a pensar lo que más les duele (sic), Juan Ramón Jiménez tuvo el acierto de escribir algo parecido: «Si os dan papel pautado, / escribid por el otro lado». A estas alturas de siglo, de civilización, resulta ridículo tener que escribir en defensa de la escritura, pronunciarse en defensa del pronunciamiento y gritar en defensa del grito. Resulta ridículo pero, mucho peor, resulta necesario. Porque que me hayan cerrado la cuenta tiene solución. Sin embargo, las nuevas clerecías han añadido a la lista de censura aliade la expresión «Novak hold the line». Así que por mucha nueva cuenta que cree, hoy nos piden que saquemos el incensario de la corrección, celebrando con reverencia que todos sumamos una nueva idea prohibida, un nuevo mandamiento, un nuevo dogma.

Es tan curioso como patético que en el cadalso de las libertades el verdugo sea una empresa multinacional, aunque ya saben que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. El algoritmo totalitario ha demostrado funcionar a la perfección y cumplir con nota su misión: hacer callar. Yo hoy pienso con Tocqueville que «habría amado la libertad en cualquier época, pero en los tiempos en que estamos me siento inclinado a adorarla». Me temo, eso sí, que a la idolatría no voy a llegar. De hecho, tengan por seguro que, si Twitter cava trincheras, levantar la bandera blanca será lo último que haremos.