El acuerdo comercial entre la Unión Europea y Mercosur, con aspecto de tratado de libre comercio, es un acto de asesinato para el campo europeo y la Amazonia. Bajo el pretexto de «libre mercado», Bruselas abre de par en par las puertas a 99.000 toneladas de carne bovina y 180.000 de pollo producidos con estándares que la propia UE prohibió hace años: hormonas de crecimiento, antibióticos promotores y pesticidas como el glifosato en dosis que aquí serían delito.
Europa, en cambio, exportará vehículos, maquinaria y productos químicos de lujo mientras condena a sus agricultores a la extinción. La PAC ya no podrá protegerlos: el dumping sudamericano arrasará con miles de explotaciones familiares. Pueblos enteros que llevan siglos definidos por su ganadería y sus viñas verán cómo desaparece su razón de ser. Es la liquidación deliberada de una identidad rural que ningún subsidio compensará.
En el Cono Sur se ha dado la señal, y es clara: intensificar hasta el colapso. Más desmonte en el Gran Chaco y la Amazonia para plantar soja transgénica que Europa no necesita pero que comprará barata. El acuerdo no incluye cláusulas vinculantes contra la deforestación ni mecanismos efectivos de trazabilidad. Si Paraguay o Brasil incumplen normas sanitarias o ambientales, la UE no tendrá capacidad legal real de sancionar: el mecanismo de solución de diferencias es lento, politizado y carece de dientes.
El acuerdo no es comercio, sino una suerte de colonialismo verde invertido. Europa sacrifica su soberanía alimentaria, su demografía y su paisaje cultural a cambio de un puñado de beneficios industriales efímeros, a costa de la naturaleza de Sudamérica. Todo, a mayor gloria de unos pocos.


