Durante mi etapa de estudiante, recuerdo que eran habituales los trabajos en equipo y sus posteriores presentaciones frente a todos los compañeros. También recuerdo que, a pesar de ya haber realizado la exposición, era obligatoria la asistencia a clase para escuchar las del resto. A priori a uno le podría resultar innecesario, pero por respeto hacia los compañeros, hacia la asignatura y hacia el profesor, no estaba bien visto terminar e irse. Otro tanto de lo mismo ocurre con el trabajo, pues si a uno no le agrada la tarea a realizar, tampoco puede marcharse de su puesto sin dar explicaciones y sin esperar represalia alguna.

Sin embargo, nada de esto opera cuando se trata del Congreso de los Diputados, donde vemos como algo habitual que cada grupo parlamentario se dé a la fuga tras haber hecho su performance. En efecto, ciudadanos, nos hemos acostumbrado a ver las bancadas vacías, a las ponencias al aire y al total desprecio de los diputados hacia la cámara. Sin duda, se trata de un espectáculo bochornoso que, con motivo de la pandemia, no ha hecho más que agravarse. Por una parte, debido a las restricciones del aforo y, por otra parte, por culpa del voto telemático. En cualquier caso, no debemos olvidar que, desde el comienzo de la pandemia, la retribución por dietas y desplazamientos ha permanecido intacta: ni congelación —por devenir innecesaria-, ni renuncia -por cuestión, simplemente, de principios.

Volviendo al tema del absentismo como norma, en lo que concierne a la asistencia, si bien es cierto que desde el pasado martes 28 de septiembre el aforo de la Cámara baja pasó del 50% al 75%, en las votaciones de la sesión plenaria del 14 de octubre, casi el 50% de los miembros optaron por el voto telemático. Es decir, un 25% de los diputados, a pesar de poder acudir presencialmente, han hecho pellas. Tal vez sea yo muy exigente, pero los argumentos de la «protección de la salud» y de «evitar los contagios» no me encajan con los recientes y multitudinarios actos que los partidos políticos con más escaños han celebrado durante el último mes: el 40º Congreso del PSOE, el Congreso Nacional del PP, el VIVA21 de VOX, la UNI de Otoño de Podemos…

Al margen de estas contradicciones —porque la política es cabalgar contradicciones, sino que le pregunten a Pablo Iglesias—, será cuestión de semanas que el hemiciclo vuelva a recuperar la plena normalidad, tal y como ya ha hecho el Senado. No obstante, no debemos olvidar que es un derecho y un deber de los diputados la asistencia a las sesiones del pleno y de las comisiones de las que formen parte. Ni se le puede privar a un diputado de asistir, ni éste puede ausentarse de forma sistemática. Por muchos acuerdos a los que lleguen los grupos parlamentarios para enmascarar sus pocas ganas de trabajar, la imagen de una Cámara baja desierta es una falta de respeto a las instituciones y a los ciudadanos. Por si fuera poco, hemos de tener presente que, según el propio Reglamento del Congreso de los Diputados, los diputados podrán ser privados de su asignación económica cuando de forma reiterada o notoria dejen de asistir voluntariamente a las sesiones del Pleno o de las Comisiones. Eso sí, previo acuerdo de la Mesa. Sí, la Mesa es ese mismo órgano que ha acordado mantener el acta de diputado de Alberto Rodríguez de Unidas Podemos vulnerando la sentencia del Tribunal Supremo que le condena con la pena accesoria de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de la condena principal.

En fin, aunque en estos tiempos la política se haga más en Twitter que en las cámaras correspondientes, yo creo que nos merecemos que los diputados, aunque sea, guarden las formas y se dignen a cumplir con el deber que asumieron frente a todos los españoles. Por lo menos que no parezcan unos adolescentes que buscan la mínima oportunidad para colgar clase e ir a la cafetería.