Entonces apareció la guerra y así, sin despedirse, se marchó. Nadie volvió a verle, se convirtió en un mito, una espantosa historia que los padres cuentan a sus hijos («engañas a tu papá y el COVID-19 te pillará»). El virus desapareció con la invasión de Ucrania del mismo modo que se olvidó el nombre de George Floyd cuando le robaron las elecciones a Trump. Lo que antes copaba telediarios y periódicos, ahora sólo encuentra hueco justo antes de los deportes. Si hace sólo dos meses, en plenas Navidades, de lo único que se hablaba era de incidencia, muertes, mascarillas, vacunas, pasaportes y negacionistas, ¿por qué ahora ha dejado de ser relevante? ¿Por qué la gente lo ha olvidado? Como si de un ángel que hubiese bajado del cielo para ayudar a Macron y Trudeau se tratase, ha aparecido Putin montado en su elegante corcel para hacer olvidar al planeta que el COVID se ha llevado de una tacada las libertades y los derechos que nos quedaban.
Aquí nadie quiere dejar su sitio libre. El doctor Carballo se niega a caer en el olvido y ahora, después de su etapa de vulcanólogo, se ha transformado en experto en geopolítica y como él, todos los demás tronistas de la televisión. Seguramente, yo podría hacer lo mismo y no desentonaría. Podría hablar largo y tendido sobre los motivos ocultos o las consecuencias internacionales de la invasión, pero, señores, sinceramente, con la mano en el corazón puedo decirles que, a pesar de haberme informado, haber leído bastante e incluso haberme engullido unos cuantos documentales, no me queda claro nada de lo que está pasando. Y no me malinterpreten, que no me considero tonta del todo, lo que quiero decir es que la historia nos ha demostrado que detrás de cualquier conflicto bélico se esconde más de un motivo y que muchas veces lo que a simple vista parece evidente, pasados unos meses, deja de serlo. El tiempo pone a cada uno en su lugar y, aunque a veces cueste, normalmente la mierda acaba saliendo a flote y prácticamente todos los países se han quedado con sus vergüenzas al aire en algún momento de su historia. Ya les pasó a los rusos con Katyn o Finlandia, a los alemanes con el incendio del Reichstag o la invasión de Polonia y a los Estados Unidos en prácticamente cualquier conflicto en el que hayan metido sus manos, desde el Motín del té, hasta las Torres Gemelas, pasando por el acorazado Maine en Cuba, el Lusitania en Irlanda o el Arizona en Pearl Harbor. Así que, a pesar de que hoy en España no se hable de otra cosa que de Ucrania o de Feijóo y como algunos afean al que no es ni ruso ni ucraniano para poder opinar del tema, doy un paso a un lado y dejo que los expertos desinformen todo lo que quieran y les insto a que pasen el campo de batalla de Kiev a Twitter.
De lo que sí que puedo hablar, como buena facha que soy, es de la extraña confusión que existe entre izquierdas y derechas, entre fascismo y libertad o entre comunismo y democracia. Una confusión que sólo puede deberse a la constante manipulación de la sociedad por parte de las élites, la tergiversación de la realidad que hacen los medios de comunicación y el blanqueamiento sistemático del socialismo. Hoy en día muchos se creen el mantra de que el comunismo es democracia porque doña Rogelia lo repite como una urraca por la tele. Creen que el comunismo es LGTBIQ+, Black Lives Matter, lenguaje inclusivo, fiestas trap, twerking, ir en chándal a trabajar y todas esas perroflauteces progres. Pero eso no es comunismo, son fuegos de artificio, son simplemente juegos de distracción y los políticos y los medios de propaganda, prestidigitadores únicamente buenos en hacer desaparecer dinero delante de nuestros ojos. Con tanta tontería, es normal que más de un ilustrado se haya atrevido a decir disparates desternillantes como que Putin es de derechas y es un militante de Vox en la sombra. Que como Abascal y Putin montan a caballo, existe una extraña conexión cósmica que, sólo ahora que no saben cómo justificar que su líder esté pegándole zambombazos al país vecino, se hace evidente. Lo que a muchos hará que le tiemblen las canillas será descubrir que el comunismo no es otra cosa que… (redoble de tambor) fascismo puro y duro y que lo contrario al fascismo no es el comunismo, sino la libertad. Que ambas ideologías son dos caras de una misma moneda, que Mussolini antes de fascista fue comunista y que, en el fondo, la mayor diferencia entre Hitler y Stalin residía en cómo se peinaban el bigote.
Lo único que me queda claro de todo es que vienen tiempos difíciles, ayer tocó COVID y ahora toca guerra y no nos queda otra más que ser fuertes. Los precios van a seguir subiendo y para muchos llegar a fin de mes se pondrá muy difícil. Sé que por mucho que me queje o lo desee, veo complicado, aunque no imposible, que llegue el día en que Fauci, Bill Gates o el CEO de Pfizer acaben entre rejas y que los grandes inversores, bancos y políticos dejen de decidir nuestro futuro. Aunque aparentemente hoy somos más esclavos del sistema que ayer, creo que algún día no muy lejano, cambiará.