El domingo de Resurrección es un buen día para recordar que nuestros derechos y libertades provienen de Dios. Pertenecen a cada uno en virtud de su creación. Cuando los políticos y la masa nos los arrebatan (o se los regalamos), es porque, en primer lugar, consideramos que los derechos no le pertenecen al individuo. Pero, independientemente de nuestras consideraciones, tomar algo que no es de uno es una infracción de las leyes de esta vida y tiene consecuencias.
Una persona sin derechos es, por definición, un esclavo. El que quiera que participe de este manicomio y regale sus derechos. Fenomenal… allá cada cual. Yo, en cambio, elijo ser libre. Porque Cristo vino para traer luz, vida y libertad a este mundo en el que fue maltratado. No vino para que yo fuera un esclavo, ni mucho menos al barato precio de por “mi seguridad” o por las zafias mentiras de una televisión que ni veo.
Como siempre: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá para sí mismo la luz de la vida”.