En apenas quince años en España han desaparecido casi 40.000 bares, mientras proliferan restaurantes fusión, locales de diseño —repetido—, cafés con carta en inglés —calcada— y brunch a 20 euros. En un proceso prefabricado, la cultura de bar, natural y arraigada, se apaga ante un modelo importado como sus usuarios que hace del ocio experiencia y de la conversación, selfie.
La transformación es una mutación social. España va dejando de reconocerse en sus barras, para reflejarse en los escaparates para turistas, «nuevos españoles», influencers y aspirantes a serlo. El bar de siempre, el de la gente corriente, caña y tapa, se apaga en silencio. Y con él, una manera de entender el mundo y vivir la vida.


