Es difícil que pase un solo día en el que no seamos testigos de un nuevo paso en la destrucción de nuestro sistema. Hoy, Occidente se enfrenta a poderes que buscan minar nuestra voluntad, criminalizar nuestra confianza y devorar nuestra memoria. La guerra por nuestra supervivencia se libra en nuevos campos de batalla y con nuevas formas de agresión, acaso más terribles, por sigilosas, que las anteriores.

Nuestra comunidad se enfrenta a esas fuerzas invisibles, que son externas, pero también internas. Los enemigos vienen de dentro y de fuera, del sur y del este, y amenazan con derrocar nuestros valores eternos y borrar los lazos de tradición, fe y cultura que nos conforman como comunidad y que nos hacen ser quienes somos. Si Occidente se lo permite —si nosotros se lo permitimos— estos poderes socavarán nuestra confianza, debilitarán nuestro espíritu y aniquilarán nuestra voluntad.

Estos nuevos adversarios, sin embargo, están condenados a fracasar, como los enemigos del pasado, si realmente queremos que fracasen. Porque esta guerra no se lucha con armas materiales, sino con la simple voluntad. En este orden, los valores eternos construidos por Occidente nunca podrán ser reducidos mientras Occidente no pierda su voluntad de mantener viva su memoria cultural, de no olvidar nunca quiénes somos y de dónde venimos.

El mundo jamás ha conocido una realidad como la que compone Occidente. Levantamos catedrales, componemos himnos, perseguimos la innovación, honramos a nuestros héroes y abrazamos nuestra tradición atemporal y nuestros valores eternos. Siempre hacia fuera, siempre hacia delante, siempre buscando explorar y descubrir, reunir conocimientos. Cuando nos quedamos sin tierra por descubrir, exploramos los mares y encontramos nuevas tierras: siempre nuevas fronteras. Nos esforzamos para alcanzar la excelencia, premiamos la genialidad y creamos inspiradoras obras de arte que hablan del Bien, la Verdad y la Belleza. Desafiamos todo, debatimos todo; siempre buscamos llegar más lejos, saber más para, así, conocernos mejor.

La supervivencia de Occidente pasa por el recuerdo de todo esto, por reconocer la superioridad de unos valores y por atesorarlos. Occidente no alcanzó sus mayores logros, no superó los más tremendos horrores ni hizo frente al mal, sólo para ahora perder su libertad por falta de orgullo y de confianza en nuestra identidad. En última instancia, la pregunta que dirimirá nuestro futuro es si Occidente mantiene la voluntad de trascender. ¿Creemos en nuestros valores como para salvaguardarlos a toda costa? ¿Respetamos nuestra comunidad lo necesario como para proteger nuestras fronteras? ¿Tenemos el deseo y la valentía para defender nuestra civilización frente a los que buscan subvertirla?

La defensa de Occidente no descansa en sus riquezas materiales, sino en la voluntad de sus ciudadanos de prevalecer. Podemos contar con los mejores índices económicos y los récords financieros o las más modernas y letales armas: si no conservamos nuestra memoria cultural, si no tenemos valores y familias fuertes, de nada nos sirven.