Progresista frente al progresismo, lo cierto es que Benedicto XVI fue uno de los mayores reformadores en el seno de la Iglesia Católica respecto a los abusos sexuales. Sin embargo, entre los constantes estereotipos adjudicados insensiblemente a Ratzinger, uno de los más extendidos ha sido, precisamente, el que lo presenta como un Papa que ocultó o no actuó con contundencia frente a los abusos sexuales cometidos por miembros del clero. La verdad de su biografía revela exactamente lo contrario: Benedicto XVI fue, en realidad, uno de los primeros en afrontar con valentía esta tragedia desde dentro de la Iglesia, y lo hizo mucho antes de convertirse en Papa.
Ya como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe —cargo que ocupó desde 1981 hasta 2005— Ratzinger comenzó a recibir directamente las denuncias de abusos a partir del año 2001, cuando Juan Pablo II centralizó en dicha Congregación las competencias para tratar estos casos. Hombre de la máxima confianza del pontífice polaco, Ratzinger fue el primero en tener constancia formal de estos casos y en trabajar para atender a las víctimas desde la justicia y la caridad.
Fue entonces, desde su despacho en la Congregación, cuando Ratzinger, lejos de mirar hacia otro lado, se convirtió en el artífice de un giro decisivo en el modo en que la Iglesia trataba esta crisis. La determinación de Francisco, su sucesor en la sede petrina, no es más que la continuidad de esta herencia. Con firmeza, el prefecto Ratzinger instruyó procesos canónicos, impuso sanciones, y comenzó a cambiar una cultura de silencio por una de responsabilidad y auténtica justicia. Algunos obispos se mostraron reticentes ante su actuación, pero Ratzinger no cedió ante presiones internas: su prioridad era proteger a las víctimas.
Así también lo creyó monseñor Giuseppe Versaldi, obispo de Alessandria. En 2010 salió a defender con vehemencia a Ratzinger en un artículo publicado en L’Osservatore Romano: «Es paradójico que se represente a la Iglesia como si fuera la responsable de los abusos de menores; y es una falta de generosidad no reconocerle, y especialmente a Benedicto XVI, el mérito de una batalla abierta y decidida contra los delitos cometidos por sus sacerdotes. Y se añade otra paradoja: cuando la Iglesia sabiamente establece normas más severas para prevenir el acceso al sacerdocio de personas inmaduras en el campo sexual, en general los mismos que la acusan de ser la principal responsable de los abusos de menores la atacan y la critican».
Ya como Papa, Benedicto XVI mantuvo y profundizó esa línea de firmeza. Fue el primer Pontífice que se reunió personalmente con víctimas de abusos sexuales en distintos países. Estos encuentros, realizados en países tan diversos como Australia, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido o Malta, no fueron actos simbólicos de un hombre frío e ignorante de la situación de la Iglesia. Fueron, más que eso, gestos profundamente humanos y pastorales.
En su carta a los católicos de Irlanda, uno de los documentos más contundentes sobre el tema, Benedicto XVI no dudó en denunciar abiertamente: «Al igual que vosotros, estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre el abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los afrontaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda».
En esa misma carta reconoció con claridad el fracaso de muchos líderes eclesiásticos y pidió un profundo proceso de purificación: «Habéis sufrido inmensamente y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería escucharos. Los que habéis sufrido abusos en los internados debéis haber sentido que no había manera de escapar de vuestros sufrimientos. Es comprensible que os resulte difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza».
En esa misma carta pastoral, Benedicto XVI alzó la voz para dirigirse directamente a los sacerdotes implicados en los sonados casos de pederastia y abuso sexual. «Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos. Los que sois sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa. Al mismo tiempo, la justicia de Dios nos pide dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios».
Junto con sus palabras elocuentes y sinceras, Benedicto XVI emprendió una ambiciosa reforma de los procedimientos canónicos durante su pontificado que fue vista como otra muestra de su compromiso. En este sentido, agilizó los procesos para la expulsión del estado clerical de sacerdotes culpables, acortó plazos administrativos, duplicó el tiempo de prescripción de los delitos canónicos relacionados con abusos a menores y eliminó trabas burocráticas que en el pasado habían dificultado la acción. También endureció las penas y estableció criterios más claros para la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe en estos casos, incluyendo la posesión de pornografía infantil como delito canónico. La creación de normas especiales en 2010 para el tratamiento de los casos de abuso fue una de las medidas más decisivas y pioneras.
Algunas cifras apuntalan esta revolución de Ratzinger en la Iglesia: durante su pontificado, alrededor de 400 sacerdotes fueron expulsados del ministerio por abusos sexuales a menores, según datos de la propia Santa Sede. Esta cifra, lejos de mostrar un pretendido encubrimiento, revela la magnitud de la respuesta que Benedicto XVI impulsó. También promovió la colaboración con las autoridades civiles, instando a los obispos a actuar con transparencia y responsabilidad. Fue, además, uno de los primeros en reconocer públicamente que el problema de los abusos no se limitaba a unas pocas regiones, sino que afectaba a toda la Iglesia.
No obstante, a pesar de todas sus reformas, la figura de Benedicto XVI ha sido objeto de acusaciones mediáticas poco rigurosas, que han ignorado tanto el contexto histórico como la evidencia documentada de su actuación. En 2022, tras la publicación de un informe en Alemania sobre abusos en la archidiócesis de Múnich —donde Ratzinger fue arzobispo de 1977 a 1982— se le imputaron omisiones. Sin embargo, su defensa fue serena y transparente, y tuvo la valentía de reconocer errores administrativos sin haber encubierto activamente, en cualquier caso, a ningún abusador.
Frente a estas acusaciones, Benedicto XVI respondió con humildad y sencillez. En una carta conmovedora escrita en respuesta al informe, reafirmó su dolor y su voluntad de colaborar con toda la verdad. escribió: «Ya que he tenido importantes responsabilidades en la Iglesia Católica, mayor es mi dolor por los abusos y errores que se han producido durante el tiempo de mi misión en los respectivos lugares. Cada caso de abuso sexual es terrible e irreparable. Me siento consternado por cada uno de ellos en particular, y a las víctimas de esos abusos quisiera hacerles llegar mi más profunda compasión».
Gracias a su razón abierta y a un corazón encogido por el dolor de tantas víctimas, Benedicto XVI comprendió que no podía haber renovación de la Iglesia sin una purificación profunda. Por eso su respuesta a los abusos fue rematadamente profética: quiso afrontar el mal con la luz de Cristo: «Las heridas mismas de Cristo, transformadas por sus sufrimientos redentores, son los instrumentos que han roto el poder del mal y nos hacen renacer a la vida y la esperanza. Creo firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial —incluso en las situaciones más oscuras y sin esperanza— que trae la liberación y la promesa de un nuevo comienzo»
Su actuación, a menudo incomprendida y malinterpretada con tal de alimentar el mito conservador que recorre el legado de Ratzinger, se convertirá con el tiempo en una referencia de integridad moral y coraje institucional. Lejos de ser un encubridor, Benedicto XVI fue, en realidad, el primer Papa que dio pasos concretos y visibles para erradicar los abusos. Con una valentía no tan estridente sino más bien evangélica, su vida fue la de un pastor decidido a reparar heridas, con tal de que ninguno se pierda.


