Hace no tanto Enrique García-Máiquez recordó en estas mismas páginas (en una magnífica entrevista de Julio Llorente) el aforismo de Joubert por el que queda explicado su irremediable optimismo: «si mis amigos son tuertos los miro de perfil». Tiene García-Máiquez por costumbre hacer aplaudir en sus charlas, hacer pensar en sus artículos, y hacer reír con su ingenio en todo lo demás. Esa cosa gaditana por la que todo adquiere un salero especial. Digamos que García-Máiquez, como Joubert, tiende a ver el vaso medio lleno.

Algo maiqueciano me encuentro hoy al sentirme mirado de perfil por La Iberia, que ya siento como mía. Si Camba dejó anotado que la escritura no es más que la profesionalización de la tara psicológica, hoy La Iberia incorpora a sus filas —que ya siento como mías— a un amateur del delirio. Gistau añadiría que la política es, además, la profesionalización de la utopía. Así que, aunque mucho quede por aprender, les aseguro que comienzo con unas ganas manicomiales, que diría Pla.

Chesterton decía que el verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene enfrente sino porque ama cuanto tiene detrás. Sin caer en hipérboles ni andalucismos, hoy resulta más necesaria que nunca la tarea de combatir a aquellos pusilánimes que nos amenazan desde la trinchera opuesta, con un corazón magnánimo y la determinada voluntad de «parcere subiectis», sí. Ese «perdonando a quien se someta» característico de todo hidalgo de la nobleza de espíritu. Sin olvidar también, eso sí, el «debellare superbos» (¡desafiar a los orgullosos!) de Virgilio, con el que Chesterton complació las peticiones del joven Isaiah Berlin para su The Radiator.

Pienso que, si Chesterton hubiera nacido en nuestro siglo, no habría citado a Virgilio, sino a Martínez Mesanza y esos versos suyos por los que nuestro afán apologético queda perfectamente explicado: «Hay espadas que empuñan el entusiasmo y jinetes de luz en la hora oscura». Por eso, aunque se cierna la noche, y aunque tuertos nos encontremos, habremos de desenvainar, como jinetes luminosos, la espada del entusiasmo. A estas alturas hemos de tener claro que no somos muchos como tampoco somos buenos. Pero cada día que pasa se hace más evidente que somos más y mejores. Así que, por mucho que pretendan reducirnos a una pequeña e insignificante disidencia, por mucho que nos persigan y nos señalen, seguiremos defendiendo la Verdad a toda costa. Aunque, como dijo San Juan Pablo II, «volvamos a ser solamente doce».