El pasado 26 de septiembre, Alemania celebró unas nuevas elecciones federales para renovar el Bundestag y elegir al nuevo canciller que llevará las riendas del país. El resultado de los comicios arrojó una victoria ajustada de los socialdemócratas y un descalabro de la CDU, partido que ha ocupado la presidencia en los últimos 16 años bajo la batuta de Angela Merkel. Los democristianos sufrieron un varapalo histórico, dejándose por el camino más de cuatro millones de votos y 50 escaños. El peor resultado de la historia del partido.

En el lado opuesto, los partidos de la izquierda cosecharon una importante victoria tras muchos años de travesía por el desierto. Los socialdemócratas, con Olaf Scholz como candidato, se alzaron con la victoria con el 25,7% de los votos. Hacía 19 años que no ganaban unas elecciones federales. También los Verdes vivieron una jornada electoral bastante dulce, pues consiguieron convertirse en el tercer partido del país con el 14,7% de los sufragios. En último lugar quedaron los comunistas de Die Linke, que obtuvieron algo menos del 5% de los votos y 39 escaños.

En total, los tres partidos de la izquierda alemana consiguieron más del 45% de los votos. Un resultado extraordinario si tenemos en cuenta que Alemania siempre ha sido un país sociológicamente situado en la derecha, con una mayoría de gobiernos de la CDU desde la reinstauración democrática tras la caída de Hitler.

Políticas de izquierdas que acaban dando votos a la izquierda

Estos resultados son el fruto de las desastrosas políticas llevadas a cabo por Merkel a lo largo de sus 16 años de gobierno. Durante su mandato, la todavía canciller ha librado una lucha incansable contra los valores conservadores que formaban parte del ADN de la CDU, aceptando todos los dogmas y posiciones de la izquierda. Representa a la perfección todos los males que han azotado a la derecha occidental en la última década: desideologización absoluta, economicismo sin alma y la ausencia de cualquier principio doctrinal. El resultado, en definitiva, ha sido dejar una CDU tan socialdemócrata como el propio SPD y una Alemania más inclinada a la izquierda.

Sería imposible abarcar en un artículo todas las políticas desarrolladas durante 16 años, pero no resultaría exagerado afirmar que este tiempo no hubiese sido muy distinto de haber gobernando los socialdemócratas. Desde la ideología de género hasta la emergencia climática, pasando por la implantación de un salario mínimo, Merkel ha gobernado a la orden de los dictados socialdemócratas.

Una de las decisiones tomadas por Merkel que más daño han causado a Alemania y Europa fue la de permitir la entrada masiva de refugiados en el verano de 2015, lo que provocó un grave deterioro de la convivencia en determinados barrios y zonas de Alemania. Además, aquello tuvo como consecuencia un importante efecto llamada, pues desde aquella decisión la llegada de pateras a las costas europeas se ha incrementado de forma notable. Muchos de los que llegaron en patera, terminaron cometiendo atentados en distintos lugares de Europa.

Por si todo lo anterior fuese poco, Merkel también ha hecho méritos para restaurar la censura en Alemania. Siempre que ha tenido la oportunidad, se ha sumado a la demonización de todo aquel que osara discrepar del imperante consenso socialdemócrata. Como prueba de ello tenemos la campaña de difamación de la que ha sido víctima AfD, el único partido que se atreve a cuestionar las políticas socialdemócratas.

Tristemente célebre fue su discurso sobre los límites de la libertad de expresión. La mandataria alemana señalaba ese mismo límite en los “discursos de odio”, que para entendernos es cualquier palabra o pensamiento que vaya en contra de la dictadura de lo políticamente correcto, que es el nuevo totalitarismo.

De forma indirecta, Merkel ha secuestrado a la derecha sociológica alemana. Por una parte, ha renunciado a llevar a cabo políticas liberales y conservadoras para hacer frente al consenso socialdemócrata; por otra, ha demonizado hasta el extremo a AfD, el único partido capaz de ofrecer una alternativa real al socialismo. En definitiva, la CDU se ha convertido en un partido tapón, que existe para que no haya una derecha de verdad. Quieren ser la única derecha, pero asumiendo los postulados de la izquierda y demonizando a todo aquel que se atreva a proponer una alternativa de verdad.

El resultado de las elecciones es una catástrofe para Alemania, pero también lo es para una Europa cada vez alejada de sus esencias. Si lo que había antes era malo, lo que viene ahora es peor. Gracias a Merkel, Alemania ha comenzado a caminar manera irreversible por la senda del multiculturalismo, la locura climática y la dictadura de lo políticamente correcto. Y no podemos olvidar la afición que sienten los alemanes por imponer determinadas políticas a sus vecinos europeos.

Como prueba de su traición, basta con ver la campaña que ha iniciado la izquierda española para beatificar a la todavía canciller. Estos días hemos podido ver a Yolanda Díaz, Errejón y otros tantos pregonando las virtudes de Merkel. Cuando los enemigos de la libertad te alaban, malo.

El mal ejemplo de Rajoy

Lamentablemente, lo ocurrido en Alemania no es un caso aislado. Son muchos los países que han caído en manos de la izquierda por la negativa de la derecha a dar la batalla de las ideas. En España, Rajoy se negó a derogar la obra legislativa de Zapatero, centrándose únicamente en cuestiones económicas y rechazando dar la batalla ideológica y cultural frente a la izquierda. Es cierto que Merkel no llegó al extremo de irse de copas en mitad de una moción de censura, pero no es menos cierto que comparte con Rajoy el dudoso honor de haber entregado su país a la izquierda más sectaria.

Rajoy convirtió la pasividad su forma de hacer política; ante los problemas, esperar a que escampe. Pero debemos tener claro que nunca escampará si no nos decidimos a desenmascarar a la izquierda y al separatismo.

Los ejemplos de Merkel y Rajoy deben servirnos para tener claro que, si en la derecha nos ponemos de perfil ante cualquier debate planteado por la izquierda, lo único que conseguiremos es que cada vez más personas compren su relato, formándose así una sociedad cada vez más de izquierdas. Al final, el ciudadano medio termina interiorizando las ideas que recibe diariamente de los partidos políticos, de las instituciones y de los medios de comunicación. Y si la ciudadanía únicamente recibe las ideas de la izquierda sin que nadie proponga alternativas, estamos condenados a vivir en una sociedad de izquierdas.

Cuando la derecha renuncia a defender sus ideas y adopta una actitud sumisa ante la hegemonía izquierdista, está lanzando el mensaje de que efectivamente la izquierda es superior moralmente y cuenta con mejores ideas. Es lo que lleva ocurriendo en España desde hace más de 40 años; la negativa de la derecha a dar la batalla cultural ha producido un paulatino repliegue de los valores conservadores en la sociedad, inclinándose el tablero en favor de la izquierda y de los nacionalismos.

Así, al renunciar a cambiar la sociedad, la derecha dependerá de los fracasos ajenos para llegar al poder. De hecho, es lo que ha ocurrido siempre: el PP nunca ha ganado unas elecciones, siempre las ha perdido el PSOE. Y una vez en el poder, al existir una fuerte hegemonía cultural y social de la izquierda, la contestación a las políticas de derechas es brutal y despiadada. Es el juego diabólico que llevamos padeciendo desde hace décadas en España.

En definitiva, la conclusión que se debe sacar de los casos de Rajoy y Merkel es que una derecha que se niega a dar la batalla de las ideas está condenada inexorablemente a la derrota, aunque no sea de forma inmediata.

En la moción de censura que presentó Abascal, Casado afirmó que VOX era la derecha que más le gustaba a Sánchez. No puedo estar más en desacuerdo. Sin ninguna duda, la derecha que más le gusta a la izquierda es la derecha cobarde y acomplejada. Gracias a ella, la izquierda siempre termina llegando al poder.