Hecho polvo, como cuando un servidor se despierta por las mañanas y no sabe ni donde está la cafetera. Desorientado, aletargado. Ábalos compareció en aquella rueda de prensa (el tiempo pasa tan deprisa que parece que fuese hace semanas) con el semblante compungido, preocupado, traicionado. Me llamó la atención lo que dijo al empezar su intervención, un breve memorial de una vida dedicada al PSOE, a una estructura partidista que ahora le había dado la espalda.
Sentí lástima, no porque crea que sea inocente, eso lo tendrá que dictaminar un juez, no yo, ni periodistas obsesionados en que su formación sea convalidada con la carrera de Derecho y con la oposición de judicatura, sino porque que triste que un hombre dedique toda su existencia desde su juventud a unas siglas. Circunstancia que no sólo vive Ábalos: la mayoría de nuestra clase política no ha trabajado en otra cosa diferente a la cosa pública. Tras la victoria de Alfonso Rueda en las elecciones gallegas hacían un balance de su trayectoria y recordaban cuando ponía sillas en los actos siendo presidente de las Nuevas Generaciones de Galicia. Durante la celebración del triunfo Popular unos cuantos jóvenes se concentraban en torno a su líder para darle la mano, abrazarlo y felicitarlo. Pensaba en su atrofiado idealismo de creer que van a defender sus principios a través de una organización viciada y volátil. Esos muchachos que festejaban como propia la victoria de su formación son vírgenes e inocentes, se encuentran en ese momento friki fan en el que se creen que unas siglas van a cambiar España siendo coherente con unos principios. Según vaya pasando el tiempo y sus rostros barbilampiños dejen paso a una barba recia, se curarán, se darán cuenta de que han tenido que tragar muchos sapos, o que si han sido coherentes con lo que dicen defender, no durarán en política ni un cuarto de hora. Que pena que lo único de provecho que un hombre ha hecho en su vida haya sido rendir pleitesía a unas siglas que no debemos confundir con las convicciones; normalmente no suelen ir de la mano del aparato partitocrático.
Entrevistaba Jordi Évole a Carlos Alsina y el presentador decía que se había vuelto un escéptico de la política. Yo estoy en esas, de hecho cada día me hacen más gracia aquellas criaturas que ponen la mano en el fuego por un dirigente siguiendo el camino que marca su dedo sin replicar. El tiempo me ha demostrado que siempre ese agnosticismo político es la mejor opción, porque los mandatarios te terminan traicionando. A veces no son ellos los que te la juegan sino el partido en cuestión, por eso considero que lo ideal es ser fiel a unos principios y no a una estructura partitocrática.