Lo de Woody Allen es un poco como la gripe, cada cierto tiempo nos visita. Estamos acostumbrados a leer, quizá una o dos veces al año, a algún periodista que considera oportuno traer a colación el eterno debate sobre lo malo y lo peor, sobre la necesidad de diferenciar el autor de su obra, sobre lo políticamente correcto, sobre unos empleados que boicotean la editorial en que trabajan, sobre un proceso judicial que ni siquiera se abrió y que terminó con el veredicto de culpabilidad social de uno de los autores más importantes del siglo XX.

Va a salir a finales de este mes —tengo entendido— una colección de relatos del neoyorquino, bajo el título de Gravedad cero y los devotos del director los esperamos como agua de mayo. Confío, permítaseme añadir, que estén a la altura de su Como acabar de una vez por todas con la cultura o Cuentos sin plumas, porque son realmente excepcionales, complemento perfecto de la obra cinematográfica del autor. Salen, tras aquel lanzamiento, tras una fatigosa carrera de fondo, de sus memorias. Como saben, lectores, editadas por Alianza con un sugerente título (A propósito de nada) y una espléndida edición, en negro y con su característica tipografía Windsor en blanco. En nombre de los cinéfilos del mundo, gracias por no ser una editorial cobarde en aquel momento. Libro en el que Allen responde a las numerosas críticas que, como decía, vuelven a ponerse sobre la mesa cuando no hay nada mejor que comentar. Una defensa, creo, innecesaria, aunque en él podemos encontrar momentos de desnudo metafórico que nos deja ver a ese Woody real, que no dista mucho del de sus películas, y que tanto nos gusta.

En unos meses volverá a haber una pila ardiendo de ejemplares de A propósito de nada, de Gravedad cero y de DVD del director. Pues estoy seguro de que aquellos del movimiento #MeToo, que con su buena intención consagra la ordalía y desprecia las garantías judiciales, tomarán cartas para seguir destruyendo a uno de los creadores más fastuosos de la historia del cine. Uno que, encima, miren por dónde, era inocente. Ya saben, Woody Allen morirá culpable, aunque se demuestre lo contrario.

Iñako Rozas
Abogado. Dirijo «La Trinchera». Subrayo con regla, tomo el café en taza blanca y lo de enamorarse me pone nervioso. Hablo de cine y vida, valga la redundancia. Muy de Cary Grant.