Empezó a suceder, sin siquiera esperarlo en momentos como el actual. El mundo constata lo que se ha empezado a gestar en Cuba. Un grito desesperado por la libertad, contra la dictadura y el hambre, sacude a la isla, con inusitada fuerza y progresivo ascenso. Esta protesta no es coyuntural ni responde al calor de una mala decisión gubernamental. Es una luz de esperanza que se ha prendido en medio de la oscuridad, tras 62 años de régimen tiránico del comunismo.

Sin embargo, este asunto es tan serio, y a la vez, tan complejo, que hay muchas aristas que se derivan de él. Es más, los análisis no agotarían todos los puntos que se deben considerar, para ensayar una explicación de lo que bien podría llegar a ser una primavera cubana y regional.

La dictadura, el hambre, el virus…

Múltiples son razones de la protesta. En realidad, quienes han padecido la tiranía castrista en carne propia son quienes podrán revelar todo lo que les ha aquejado durante su vida entera —o gran parte de ella—, y por qué se han armado de valor para alzar la voz y manifestarse contra el comunismo isleño, exigiendo libertad y democracia. La crisis sanitaria que provoca el coronavirus se ha sido encargado de desnudar por completo la crisis humanitaria que se ha arrastrado desde hace tiempo.

Desgarradores testimonios de gente que ha perdido a sus familiares, víctimas del coronavirus u otras enfermedades, dan cuenta de la inhumana situación sanitaria de Cuba, otrora ejemplo de avance médico y científico para los trasnochados suspiros de la región y del mundo entero, pero que, sin embargo, no cuenta con los más elementales instrumentos y equipos para atender a un enfermo.

Esto, además de la reportada escasez de alimentos, la inexistencia de libertades, las oleadas represivas del régimen, los encarcelamientos de quienes disienten del credo oficial y otras más, han preparado el caldo de cultivo para que se manifieste el hartazgo de una sociedad cautiva durante más de medio siglo por el totalitarismo.

El aparente equilibrio de la dictadura castrista, por medio del característico control y dominación social, propio de un régimen comunista, conseguido con represión y miedo, terminaría por romperse en algún momento, con alguna causa impredecible: un virus, del que hace poco tiempo nadie sabía, ha sido el encargado de sacar a relucir las inevitables consecuencias de un régimen totalitario.

Dogmas que se desmoronan

Recurrente pretexto de las izquierdas dogmáticas para justificar a la tiranía castrista, y de la consecuente condición paupérrima en la que se vive en la isla, ha sido el del embargo y del bloqueo impuesto por parte de los Estados Unidos. Ha sido un verso reiterativo y predecible.

Ahora, al saltar las alarmas por la oleada de protestas que se producen en Cuba, con más ahínco se repiten esas vetustas proclamas. En un desesperado intento de tapar el sol con un dedo, ahora el relato del comunismo es que la crisis humanitaria se produce, nuevamente —qué novedad—, por culpa del imperialismo.

Durante décadas, los sectores de izquierda dura a nivel regional y mundial han profesado la fe del carbonero hacia la Revolución, enalteciéndola, poniéndola como su ejemplo, cantando odas a Fidel y al Che Guevara. Algo que, con su inagotable lucidez, Raymond Aron examinó e identificó como la sustitución de hechos por dogmas.

Entonces, ante la cruda realidad de gente que clama por ayuda, de necesidades básicas insatisfechas, el relato de Cuba como paradigma de la justicia social y de la igualdad queda en entredicho y empieza a hacer agua. No se explica cómo una potencia médica no tiene la capacidad de curar a sus enfermos. No hay razones para refutar el hecho de que muchos turistas latinoamericanos busquen denodadamente ir a los Estados Unidos en busca de vacunas, en lugar de ir camino de La Habana para ser suministrados con Abdala o Soberana —los proyectos de inmunizadores de la isla.

No se explica por qué la migración proveniente de múltiples lugares quiere cruzar hacia el norte del Río Bravo, a costa de su propia vida, y no emprender viaje al país sometido por el comunismo, en busca del progreso que no consigue en sus propios territorios.

Así que, quienes repiten la doctrina de la dictadura y los dogmas que se han creado en torno a ella, quienes la defienden en las redes sociales creadas por regímenes de corte capitalista, ¿qué tienen que decir sobre el embargo de los derechos y libertades, y el bloqueo de la democracia?

El miedo de la dictadura

Y, si para buscar algo que decir a favor de la tiranía comunista, se esgrime la consabida culpa del bloqueo y el embargo, entonces quienes así lo expresen estarán cayendo en una contradicción que desbarata todo su edificio ideológico, porque ataca al corazón del fundamento castrista: simplemente, será la constatación de que el libre movimiento e intercambio de bienes, servicios, capitales y personas representa una herramienta de progreso y mejoramiento de las condiciones de vida de la gente.

Será el reconocimiento de que un sistema político de libertades, con todos sus defectos que se deben corregir y los matices que sean necesarios efectuar, reconoce la dignidad humana y genera circunstancias propicias para que la gente prospere. Echar la culpa al imperialismo desnuda la debilidad totalitaria, porque solamente le queda la fuerza bruta para sostenerse en el poder.

La tiranía tiene miedo. Probablemente, ahora más que nunca: se ve forzada a cortar servicios como el del precario internet que hay en la isla para evitar que la gente se comunique, se organice, proteste con más fuerza y capte el descontento de personas que no se animan a alzar la voz. No tiene empacho en detener a ciudadanos y periodistas argumentado cualquier motivo. El dictador de turno, sin atisbo de vergüenza, convoca a sus huestes para que salgan a defender aquello que se dan por llamar Revolución —y se entiende que no por medios pacíficos, precisamente.

Por ello, Cuba vive horas cruciales en las que se pondrá de manifiesto que el comunismo que la oprime hará cualquier cosa para mantenerse en el poder. La hipocresía y el fanatismo estarán de su lado para justificar lo injustificable y tolerar lo intolerable. Pero también son momentos decisivos en los que la gente común, aquella a la que le han quitado todo, empezando por sus ilusiones y esperanzas, demuestre que también le quitaron el miedo, escriba una gloriosa página en su historia y labre su camino en paz y libertad.