«Este juzgado ya no sabe cómo hacer que llegue al conocimiento de los restantes tribunales y por supuesto del Gobierno, que estando los hijos bajo el cuidado y custodia de la madre, uno de sus hijos fue abusado sexualmente, según dictaminó la pediatra, un forense y manifestó el propio menor». Se trata de un extracto del auto emitido por el titular del Penal I de Granada a la petición de suspensión de la entrada en prisión de Juana Rivas por parte de la Fiscalía.

Los últimos hechos conocidos en torno al caso de Juana Rivas destapan una realidad que hasta ahora había sido ocultada por el mismo gobierno que le concedió el indulto parcial, por los medios que convirtieron los platós en juzgados y por el feminismo que ensalzó como icono a quien denunció falsamente a su exmarido y secuestró a sus hijos.

Y se ocultó porque, para todos ellos, lo importante es sostener el relato oficial de cualquier hecho susceptible de ser utilizado políticamente en beneficio de la ideología que se pretende imponer, a costa de nuestro sistema, del estado de derecho, de la verdad, incluso a costa de la seguridad de unos menores que han sido utilizados de la manera más miserable.

Este relato pesa cada día más como una losa que aplasta la realidad, porque todo es relativo: algo sólo es válido en la medida en que lo sea para sustentar la verdad oficial; y esta verdad oficial sería que aquella pobre mujer de Granada, Juana Rivas, en ningún caso es responsable de llevarse de forma ilegal a sus hijos, como lo era que aquel joven de Malasaña había sido brutalmente agredido por ser homosexual. En caso contrario, y según el nuevo argot empleado por el aquelarre feminista, cualquier pronunciamiento contrario a sus dogmas procedentes de, por ejemplo, un juzgado; es ahora calificado como «violencia institucional», haciendo un uso perverso del lenguaje para hacer creer que los pronunciamientos de los Jueces no están bien cuando no son conformes a su doctrina, y que eso del estado de derecho es un invento creado a imagen y semejanza del heteropatriarcado.

La consecuencia directa de este relato feminista es el daño que efectivamente se ha hecho desde que el hembrismo se ha convertido en el fundamento de este nuevo sistema que obvia cualquier principio básico de nuestro sistema jurídico y que dinamita las garantías que le hacen ser uno de los más avanzados del mundo.

Porque, en el caso de Juana Rivas, la suerte de su expareja es la de haber nacido en Italia y no en España bajo el yugo de una ministra de Igualdad que en contra de lo que ella misma dice, está provocando un daño irreversible a las mujeres, haciéndoles creer que es posible pasar por encima de todo un sistema sin que pase nada. Y si ya no contamos con un sistema garantista ni con leyes que protejan la igualdad ante ella, ¿qué nos queda?

Lo que nos está quedando es este nuevo orden sustentado por la ideología. Para ello, una de las cosas propias de esta tiranía es la utilización de los más débiles, véase la ocultación del caso de los menores prostituidos en Baleares, cuya investigación ha sido vetada sistemáticamente. O el reciente caso del niño de cinco años perseguido por el nacionalismo catalán. Y es que la hostilidad al débil es la forma que siempre encuentra el totalitarismo para imponerse. Y las leyes de género no han salvado una vida, pero sí han destrozado las de muchos inocentes.

Los daños colaterales de la ideología de género exacerbada que pasa por encima de cualquier  circunstancia, unido a la degradación de las instituciones y de los principios fundamentales de nuestro sistema jurídico como la igualdad ante la ley o la presunción de inocencia, están provocando la caída en bloque del estado de derecho tal y como lo conocemos a una velocidad vertiginosa, para ser sustituido por un sistema totalitario con unos medios de comunicación cómplices donde se señala al disidente, se premia a la mujer por el hecho de serlo y se castiga al varón por la misma razón.

Tanto en el caso de Juana Rivas, como en el de aquel joven de Malasaña, como esperemos que suceda tarde o temprano con aquellos menores tutelados de Baleares; la realidad acaba prevaleciendo, porque si la mentira necesita gritos para imponerse, la Verdad sólo necesita tiempo.