Cuando la rutina se vuelve oración

'Perfect Days', la película de Wim Wenders, nos invita a contemplar esa misma rutina con otros ojos, como si fuera una forma callada y constante de oración

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En nuestra vida diaria, la rutina suele percibirse como un peso, un conjunto de actos repetitivos que se suceden sin brillo ni novedad. Sin embargo, Perfect Days, la película de Wim Wenders, nos invita a contemplar esa misma rutina con otros ojos, como si fuera una forma callada y constante de oración.

El protagonista, un hombre sencillo que limpia baños públicos, no realiza grandes gestos ni aspira a reconocimientos. Su trabajo, que a muchos podría parecer humilde o incluso invisible, se convierte en un espacio donde cada pequeño acto (un gesto de cuidado, un instante de atención, un silencio compartido) adquiere el valor de una plegaria. Así, lo ordinario se transforma en sagrado.

Cuando vivimos con esta mirada, la rutina se convierte en un altar diario. Preparar un café, ordenar un libro, escuchar a quien nos habla o simplemente estar presentes en los pequeños momentos son formas de ofrecer a Dios nuestro tiempo y nuestra atención. Son oraciones que no necesitan palabras rimbombantes, sino la sencillez de un corazón dispuesto a encontrarse con lo divino en lo cotidiano.

Perfect Days nos recuerda que la santidad no es cosa de milagros estruendosos o gestos heroicos, sino de una fidelidad silenciosa y constante. En la calma de cada jornada, en la repetición humilde de las tareas diarias, se encuentra una gracia profunda que sostiene y transforma.

Tal vez nuestra fe necesite redescubrir que la oración no siempre es levantar la voz o hacer un acto extraordinario, sino también ese vivir atento, paciente y amoroso que convierte la rutina en un camino hacia Dios. La santidad puede ser ese día perfecto tras otro, donde cada acción sencilla se ofrece como un acto de amor.

En un mundo que corre y exige, Perfect Days nos recuerda que la vida santa puede ser también una vida sencilla, llena de pequeños detalles que, juntos, forman una existencia plena. Quizá, en esa humildad cotidiana, está el secreto para encontrar a Dios en medio de lo humano. Porque, al final, quizá la verdadera oración sea aprender a vivir con atención plena, con un corazón abierto, dejando que lo ordinario se convierta en encuentro.

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