En los últimos meses de 2019, cuando ya estaba alejada de los focos y del escaparate mediático, María Dolores de Cospedal concedió una entrevista a una famosa revista. En ella, la exsecretaria general del Partido Popular se desahogó sobre los muchos sinsabores que deja la política. Ella lo sabe bien. En del reportaje, la que fuera ama de llaves de Génova 13 llegó a decir que “la política era una trituradora de seres humanos”.

Sin duda, cualquier persona que siga la actualidad política de nuestro país puede estar de acuerdo con la afirmación de Cospedal. Pero a sus palabras habría que hacerle algún matiz. Efectivamente, la política es una máquina de triturar personas, pero no sería ese aparato destructor sin la colaboración necesaria de los medios de comunicación. Son las dos piezas de un juego diabólico y perverso.

Sin ir más lejos, el día 2 de junio nos levantamos con la noticia de la imputación de María Dolores de Cospedal y su marido, Ignacio López del Hierro, en la operación Kitchen, por el supuesto espionaje a Luis Bárcenas. No tardaron en volar los buitres que tienen sus atalayas en Atresmedia y PRISA. Notaron el olor a la sangre y claro, no podían dejar pasar la oportunidad. Rápidamente, los platós de La Sexta se convirtieron en tribunales inquisitoriales que no duraron en someter a Cospedal a un juicio sumarísimo. Dictaron sentencia de manera inmediata: Cospedal, culpable.

Durante esos días, un clamor pedía sangre: “¡Es intolerable! ¡Es lo más grave que ha ocurrido en democracia! ¡Tenemos que exigir responsabilidades!”, gritaban furibundos los periodistas en los platós de televisión. Pues bien, teniendo en cuenta que hablamos de una señora que ya no está en política, ¿Qué proponen? ¿Estarían a gusto si la lapidáramos en una plaza pública?

Probablemente muchos querrían ver a Cospedal como en su día el pueblo de Granada pudo ver a Mariana Pineda: en una plaza pública condenada al garrote vil. Y si es posible, con gente, mucha gente.

Pena de Telediario y nula separación de poderes

Inmediatamente, el veredicto televisivo de condena fue respaldado por Carmen Calvo. No tardó la vicepresidenta del gobierno en pedir explicaciones al presidente del PP, condenando así de facto a Cospedal. Aunque estemos acostumbrados a este tipo de situaciones, no deja de ser una anomalía democrática. Lo mínimo que se le exige a una vicepresidenta del gobierno es mostrar cierta cautela en un asunto de estas características. Y, por supuesto, no inmiscuirse en procesos judiciales y dejar que la justicia siga su curso. Pero bueno, tampoco se le puede pedir peras al olmo.

Los veredictos televisivos, unidos a las declaraciones de Carmen Calvo y de otros dirigentes, suponen un juicio paralelo que impone la estigmatizante pena de Telediario con un coste reputacional irreversible para el acusado. En los últimos años hemos asistido en España al nacimiento y proliferación de tribunales populares que acusan, juzgan y sentencian sin contestación. En definitiva, hemos asistido a la muerte del Estado de Derecho por la vía de los hechos.

Por desgracia, el de Cospedal es sólo el último de una larga lista de nombres que han sido víctimas de esta nueva inquisición del siglo XXI. Personas condenadas sin haber sido juzgadas y ni siquiera oídas. Personas marcadas para siempre. Una de las mayores infamias cometidas por estos tribunales fue el caso de Francisco Camps. Desde que fuese imputado por primera vez en el año 2009, hasta su dimisión en el 2011, el diario ‘El País’ le dedicó 169 portadas. La mayor cacería política y mediática contra un político.

El expresidente de la Generalidad Valenciana, de momento, ha sido absuelto de todas las causas en las que estaba siendo investigado. La Justicia archivando causas que los medios de comunicación ya habían resuelto. Sin embargo, ninguna de las absoluciones ha tenido la más mínima repercusión mediática. Probablemente, ésta sea una de las características más terroríficas de este tipo de tribunales formados por periodistas y políticos. Cuando una persona es investigada, su imagen estará a todas horas en el foco mediático. Pero, si esa persona resulta absuelta, se hace el más absoluto de los silencios.

Degeneración mediática y degeneración moral

¿Quién repara el daño causado? ¿Alguien pedirá perdón? ¿Quién restituye el honor? Durante años se crea una determinada imagen poco favorecedora de una persona. Imagen que, evidentemente, termina calando entre la sociedad. Y detrás de esas personas, hay familiares, amigos y conocidos. En definitiva, vidas destrozadas para siempre. Al final, lo que menos interesa es la verdad. Lo importante es obtener un buen dato de audiencia y adelantar al rival. Personas utilizadas como señuelo para entretener a las masas. El share por encima de la humanidad.

Por otra parte, los medios han contribuido de una forma notoria a la degeneración moral de buena parte de la sociedad española. Ellos son los responsables de que Bolinaga pudiese pasear con absoluta tranquilidad por las herriko tabernas del País Vasco hasta el momento de su muerte y Rodrigo Rato no pueda salir a la calle porque corre riesgo de ser increpado e incluso agredido. Algo, por cierto, que debe invitar a una profunda reflexión

Estas prácticas son algo intolerable, pero en España llevamos mucho tiempo normalizando lo intolerable. Costó mucho construir nuestro actual Estado de Derecho como para que ahora volvamos a tener una especie de tribunales más propios de épocas pasadas que de una democracia moderna.

Por ello, invito a las personas que están leyendo este artículo a rebelarse contra esta forma de tiranía. Entiendo que puede no ser lo más cómodo. De hecho, defender la verdad nunca lo es. Puede que muchos lectores piensen que no tienen por qué intervenir si es un asunto que no les afecta a ellos directamente. Pero tienen que tener presente que mañana pueden ser ellos las víctimas. Por eso, cualquier persona con un mínimo sentido de la justicia y que crea en el Estado De derecho debe rebelarse contra estos tribunales populares. Tenemos la obligación moral de defender la inocencia de cualquier persona hasta que se demuestre lo contrario y que robar no es peor que matar. Solo así construiremos una sociedad mejor.