Hay a quien seguro chirriaron este fin de semana las palabras de la nueva presidenta de los populares madrileños, Isabel Díaz Ayuso, cuando clamó contra la «comodidad» en la refundación del partido. «Trabajo, trabajo y trabajo. La comodidad aquí está fuera de lugar», proclamó la presidenta de la Comunidad de Madrid en un posicionamiento antagónico al nuevo lema de la conocida como izquierda caviar, cuyo máximo exponente se materializa en Mónica García: «Trabajar menos para vivir mejor».
Ni que decir tiene de los podemitas, que se afanan ahora en bramar contra la meritocracia. «¡El esfuerzo no importa!», «¡Tenemos derecho a vaguear!», han jaleado este fin de semana en su Fiesta de la Primavera.
En resumidas cuentas, la nueva moda de la izquierda es inculcar en la sociedad que hay que trabajar menos, que da igual lo que te esfuerces, que si has nacido pobre no vas a salir de ahí. Que lo importante en esta vida es que las cosas sean «cómodas y fáciles». Perverso.
Y más perverso aún si imaginamos estas ideas en las mentes moldeables de infantes, que aún tienen todo por aprender y que van a mamar que trabajar es malo, que cuanto menos trabajen mejor, que el esfuerzo da igual, que estudiar para qué si van a aprobar igual, que si me duele la regla que me quedo en la cama, que a mí todo «cómodo y fácil» o paso.
Menos mal que quedan referentes como Díaz Ayuso, que no tienen miedo a nadar a contracorriente y proclamar que abajo la comodidad, que hay que trabajar, trabajar y trabajar y que el esfuerzo sí importa y aplicándolo llegarás lejos. En todos los aspectos de la vida.
Hay en el clásico Un mundo feliz de Aldous Huxley un párrafo muy revelador en este sentido en el que el llamado «El salvaje», porque no vive en función de las nuevas normas sociales, en las que únicamente prima evitar el dolor y el sufrimiento a toda costa y abrazar la supuesta felicidad plena, asqueado por ese mundo feliz asegura que a él le gustan «las dificultades».
– A nosotros, no —dijo el interventor— preferimos hacer las cosas cómodas.
– Pues yo no deseo comodidad. Yo quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado, quiero a Dios.
– Resumidamente —dijo Mustafá Mond— usted reclama el derecho a ser infeliz, un simple desdichado.
– Bueno, entonces —dijo John retador— exijo el derecho a ser infeliz.