El pasado 10 de enero se cumplió el 90 aniversario de un hecho histórico que, si bien ha sido estudiado por la historiografía, es desconocido para la inmensa mayoría del público. 90 años desde que la tragedia se cerniera sobre el pueblo andaluz de Casas Viejas. La aldea del crimen, como la llamó Ramón José Sender, pasaría a formar parte de la historia más negra de España con enormes consecuencias. Lo ocurrido aquellos días fue trascendental para el devenir de la II República y para la historia de nuestra nación.

Como es de sobra conocido, la II República fue un régimen que llegó en un ambiente de gran efervescencia popular. No obstante, no pasaría demasiado tiempo hasta que la ilusión de la clase trabajadora diera paso al desencanto. Los movimientos obreros y campesinos, henchidos de promesas por parte del gabinete de Azaña, contemplaban que las reformas anunciadas eran insuficientes o que tardaban demasiado tiempo en llegar.  Ello dio lugar a protestas, pequeñas revoluciones, tiroteos y otro tipo de actos vandálicos. En aquel ambiente de tensión continua, España fue espectadora de episodios negros como los ocurridos en Arnedo o Castilblanco.  Pero sin duda el más trágico ocurrió a principios de 1933 en el pueblo andaluz de Casas Viejas.

A finales de 1932 el descontento era un clamor entre las filas comunistas y anarquistas. Tanto que el PCE rechazaba el sistema nacido en 1931 por considerarlo un régimen al servicio de la burguesía —y eso que ahora lo reivindican hasta la extenuación—. En este ambiente de tensión, la CNT convocó para el 8 de enero de 1933 una insurrección anarquista por toda España, siendo ésta rápidamente sofocada por el gobierno republicano.

No habían llegado noticias del fracaso al pueblo gaditano de Casas Viejas cuando la noche del 10 de enero y la madrugada del 11 un grupo de anarquistas afiliados a la CNT proclamó el comunismo libertario en el pequeño pueblo perteneciente a Medina-Sidonia. Una vez levantados en armas, lo primero que hicieron fue rodear la casa-cuartel de la Guardia Civil, además de cortar la línea telefónica y bloquear los accesos al pueblo. En el interior del cuartel se encontraban tres guardias y un sargento. Allí comenzó un tiroteo entre las fuerzas del orden y los asaltantes. Resultaron gravemente heridos el sargento y uno de los guardias, muriendo ambos a consecuencia de los disparos varios días después —los grandes olvidados a la hora de hablar de este trágico suceso—.

Rápidamente llegaron a Madrid las noticias de los sucesos ocurrido en la aldea gaditana. Y no tardó en darse la orden de sofocar rápidamente la revuelta, no fuese a ser que la chispa terminase convirtiéndose en incendio. Así, el día 11 de enero al mediodía llegaron doce guardias civiles al mando del sargento Anarte, cuya principal misión era liberar a sus compañeros asediados. Unas horas después, llegaron a la aldea más refuerzos (4 guardias civiles y 12 de asalto) encabezados por el teniente Gregorio Fernández Artal

Al llegar las noticias de la marcha de los guardias hacia el pueblo, los anarquistas huyeron despavoridos, marchándose de la aldea algunos mientras otros se refugiaban en sus casas. Una vez en el pueblo, comenzaron las detenciones de sospechosos a lo largo y ancho del municipio. La inmensa mayoría de los detenidos señalaron a Francisco Cruz, Seisdedos, y a su familia como principales responsables del movimiento insurreccional.

Seisdedos, carbonero de profesión, se había escondido con su familia en la choza en la que vivian habitualmente, una estructura compuesta de barro y paja. Los agentes intentaron acceder a la choza para detener a los amotinados de forma pacífica, pero fue imposible. Muy al contrario, desde el interior de la choza, Seisdedos realizó varios disparos, alcanzando uno de ellos a un guardia de asalto y provocándole así la muerte.

El día 10 había llegado a Jerez de la Frontera una compañía guardias de asalto mandada por el capitán Rojas, que, cuando se tuvo noticias de lo ocurrido, recibió la orden de salir para Casas Viejas. Así, al pasar la media noche, Rojas llegó a Casas Viejas al mando de 40 guardias de asalto. Rojas había recibido la orden del Director General de Seguridad, Arturo Menéndez, de acabar con la insurrección, disparando «sin piedad contra todos los que dispararan contra las tropas». Por ello, tras el fracasado intento de desalojo, el capitán Rojas dio la orden de incendiar la choza con 10 personas en el interior. Al prender fuego, salieron dos personas que fueron tiroteadas; seis murieron carbonizadas y las otras dos lograron sobrevivir. Después de aquel espectáculo dantesco, Rojas ordenó fusilar a 14 detenidos de manera totalmente arbitraria. En total, aquella infausta jornada se saldó con 26 muertos.

El suceso causó una enorme conmoción en la sociedad española y tambaleó la ya de por sí turbulenta situación política de la época. Fue un episodio letal para el gabinete de Azaña, quien dijo en el Parlamento lo siguiente: «En Casas Viejas no ha ocurrido sino lo que tenía que ocurrir». Esa frase perseguiría al líder republicano hasta el final de su carrera política. Izquierda y derecha no dudaron en señalar el poco talante democrático de Azaña, viéndose éste obligado a dimitir en septiembre de 1933.

Dicho suceso provocó una gran desmovilización de la izquierda de cara a las elecciones de 1933, permitiendo una abrumadora victoria de las derechas e iniciándose así el bienio radical-cedista. Como bien es sabido, durante la presidencia de Alejandro Lerroux la izquierda abandonó el parlamentarismo y optó por la vía revolucionaria para conseguir sus objetivos, creando un caldo de cultivo perfecto para un conflicto civil.

Por otra parte, es necesario denunciar que la historiografía frentepopulista, que lleva décadas describiendo la II República como un periodo idílico, ha ocultado de manera sibilina el suceso de Casas Viejas. ¿Por qué? Tal vez sea porque ocurrió durante la presidencia de Azaña, en el llamado «bienio progresista» por la mayoría de historiadores, que son los mismos que hablan de «bienio negro» para referirse a los 2 años de gobiernos de Lerroux y la CEDA. Ante esta reflexión, me hago la siguiente pregunta: ¿los asesinados en Casas Viejas tendrán la consideración de víctimas a ojos de la nueva Ley de Memoria Democrática? Probablemente no, pues es un hecho que rompe el relato simplista de quienes nos gobiernan.

Sea como fuere, lo cierto es que lo ocurrido en Casas Viejas, que se vio ensombrecido por la guerra civil española, merece ser dotado de la trascendencia histórica que realmente tiene. Fue la gota que colmó el vaso de la desilusión de una clase trabajadora que veía cómo las eternas promesas quedaban en eso, en promesas. Ese descontento significó una radicalización de toda la izquierda española, que desembocaría en la revolución de 1934 y que terminaría cristalizándose en febrero de 1936 bajo el nombre de Frente Popular, abocando a España al episodio más negro de su historia reciente.