Las máximas latinas: divide et impera y sus variantes: divide et vinces, divide ut imperes y divide ut regnes, hace referencia a la técnica que permite a un poder central ―un gobierno con tendencias totalitarias dirigido por un pequeño grupo― contralar y dominar a una población numerosa.

Lo destaco porque, precisamente, eso es lo que están haciendo los promotores de las políticas identitarias. Pues ―al asumir que todas las personas que comparten una determinada característica, por ejemplo, ser mujer, tienen los mismos intereses― borran el concepto de individuo libre y pensante, algo vital en la democracia occidental.

Una vez eliminada la individualidad, surge lo que llaman narcisismo tribal. Los miembros de la tribu no razonan, sino que, guiados por el fanatismo, se convierten en defensores de causas que consideran «justas», entre ellas, el ambientalismo, el indigenismo o el feminismo. Sobre este último, Cayetana Álvarez de Toledo, periodista española, en su libro Políticamente indeseable manifiesta lo siguiente: «El feminismo moderno es mojigato y vengativo, cuyo objetivo es el enfrentamiento identitario entre hombres y mujeres. Las mujeres no nacemos víctimas ni merecemos gobernantes condescendientes y coléricas que nos traten como menores de edad. las mujeres no deben convertirse en sujetos pasivos del Estado».

Cuando uno mira que todas estas políticas se aplican por igual en España y en toda Iberoamérica es inevitable que surja la pregunta: ¿Cuáles son sus verdaderos objetivos? Todo lo que sucede es una gran campaña de ingeniería social llamada Gran reinicio o Agenda 2030 de la ONU. Su objetivo es bastante claro: un socialismo global. Sin embargo, para que esto suceda, es necesario terminar con dos instituciones vitales: la propiedad privada y la familia.

Ésa es la tarea del feminismo. Ya que alegando luchar por la «igualdad», paralelamente, imponen leyes diferenciadas que acaban con la presunción de inocencia de los varones. Al respecto, Alicia Rubio, filóloga, docente y diputada por Vox en la Asamblea de Madrid, en una entrevista a El debate de hoy se manifestó de la siguiente manera: «El feminismo es un lobo con piel de cordero. En este momento es supremacista. Además, no lucha por la mujer, lucha por una serie de intereses personales de los que mueven esto y por una revolución contra las estructuras sociales que realmente no tiene ni pies ni cabeza, porque es además de raíz marxista. Es todo ello una ideología, no una realidad, sino una interpretación ideológica de la realidad».

El feminismo afirma que los varones han creado una estructura para oprimir a la mujer, a la cual llaman patriarcado. La familia vendría a ser el primer gen de este sistema «opresor». Por ende, la «liberación» de la mujer pasa por acabar con el matrimonio. Desde que esa visión feminista impregnó los sistemas de justicia de nuestras naciones, los fallos judiciales ya no responden a la lógica del derecho, sino a la imposición ideológica. Ya que los jueces y fiscales asumen como un hecho empírico que el varón es siempre el agresor. No obstante, a pesar de la absurda percepción de la violencia de género, hechos como el caso del niño argentino Lucio Dupuy (asesinado a golpes por su madre y su novia), prueban que las mujeres también pueden ejercer violencia.

Las palabras del abuelo, que en sus redes sociales dijo: «A ese juez o jueza, que me vea a la cara, que les dije “esa criatura termina mal porque algo le van a hacer”. Y ayer me lo mataron. La propia madre y su pareja lo mataron”», nos muestran que muchas veces los argumentos de la familia paterna, por muy bien sustentados que se encuentren, no son escuchados. Básicamente, porque en países como Argentina, los jueces presumen de dictar fallos con perspectiva de género. Y es que el feminismo no lucha por la mujer, sino contra el hombre (especialmente, si es heterosexual, blanco y exitoso).

Pero el caso del Lucio no es un tema aislado. El 2017, en la provincia de Chubut, un grupo de hombres formaron la organización Padres impedidos (una ONG que apoya a padres que no pueden tener contacto con sus hijos). Sebastián Franco, uno de los miembros fundadores, relató lo siguiente: «A través del contacto con distintos grupos de la Argentina hemos visto que es un tema que pasa mucho y que poco se habla. Muchos padres, luego de una separación, suelen tener problemas para comunicarse con sus hijos y/o volver a verlos, ya que muchas veces son tomados como botín de guerra; son rehenes de los problemas de adultos. Vivimos la falta de celeridad a los procesos, la discriminación al género masculino y jueces que no toman decisiones por el miedo a salir mal parados en los programas de televisión».

Cada pequeña batalla es importante. A los padres hispanos les pido que no cedamos. Tenemos que demostrarles a los totalitarios que en medio de la familia reina el amor. Que los hijos no son una carga, sino un proyecto común de incalculable valor. Espero de todo corazón que toda la Iberosfera se llene de guerreros dispuestos a defender la libertad y la familia. Que los totalitarios no borren a papá ni terminen con la familia.