Bienhallado me encuentro en la Iberia, un espacio en varias dimensiones: histórica, física, cultural, y también política (más allá de las instituciones). Como mínimo, tiene su fundación legal en la bula Si convenit expedida el 19 de diciembre de 1496 en favor de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón por el Papa Alejandro VI (español de Játiva), que les otorgaba la denominación de Reyes Católicos. La bula consiguió la protesta del emisario (en una forma primigenia de embajador) de Portugal, porque el término «las Españas» incluía a su país, que había formado parte de la Hispania romana. Efectivamente, había una visión política y un deseo de la reunificación de toda nuestra península bajo una única autoridad (en ese momento la real) que se frustró originalmente con el fallecimiento de Miguel de la Paz, y que reventó con el levantamiento por la Restauración de la Independencia del 1 de diciembre de 1640, el cual dio lugar a la larga guerra que restituyó la Casa de Braganza en Lisboa.

Como dimensión física, responde a la unidad de todo lo que como sociedad hubiese originalmente al Sur de los Pirineos. Esta doctrina de Geografía Política ha sido recogida por diferentes autores y posicionamientos teóricos especialmente al final del Siglo XIX. Ese espacio físico se amplía posteriormente y de forma progresiva con nuestro intercambio y hermanamiento con la llegada de Cristóbal Colón a América, cuya grandeza se va descubriendo a lo largo del Siglo XVI.

Como dimensión cultural, nos encontramos ante la más importante y la más compleja, en la que hay que destacar dos cuestiones (entre las que desde luego hay más): la lengua (o las dos lenguas si incluimos el portugués) y la religión. Nuestras lenguas: unidas por su evolución desde el latín vulgar hasta las nuevas variantes romances, las cuales sin apenas ayuda se han fortalecido por su riqueza, capacidad de expresión y acercamiento social. Nuestra religión: la católica, como Iglesia cristiana más numerosa, que nos ha proveído siempre de identidad y orientación tanto social como individual, además de unos valores (de influencia fundamental en el protestantismo) que han conseguido el mayor desarrollo humano jamás antes soñado, y que no colapsáramos como civilización.

Como dimensión política, además de los anhelos ya citados con más de cinco siglos de historia, tenemos que detenernos en el Artículo 1 de nuestra primera Constitución, La Pepa de 1812 que reza así: «La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios». Y más recientemente, el impulso de la Cumbre Iberoamericana (de jefes de Estado y de Gobierno) que comenzó en el año 1991 gracias al liderazgo del Rey de España Juan Carlos I, apoyado por los Estados Unidos Mexicanos.

Con estas dimensiones, vemos como es un anhelo legítimo e incluso lógico buscar un acercamiento a nuestros hermanos a los que tanto nos une. Lo han querido impedir, desde fuera con aliados dentro, porque hay, ha habido y habrá otros polos políticos singulares, otros espacios y otras agendas en el mundo, que nos han venido considerando como el peor adversario posible a batir.

No renunciemos. No renunciaremos.