Bajo el pasamontañas de ese ultra del Atlético de Madrid se esconde un misterio insondable. He ahí un hombre que quiere parecer aguerrido pero que oculta su rostro de pánico bajo un trozo de tela. Adán y Eva escondieron su mirada después de hacerlo mal y hay quienes ahora reinventan el pecado con el agravante de la antelación. La originalidad no se reinventa, claro.

Llevar un pasamontañas es desde entonces síntoma de una cobardía que apesta. Lo llevaban los etarras en sus comunicados y cuando querían matar por la nuca a algún inocente. Lo llevaron algunos de los independentistas aquel día del golpe de Estado y yo me acuerdo de aquella anécdota del santo cura de Ars. El maestro de sacerdotes vio al demonio en la fila de la confesión y le recriminó su presencia: «Antes de pecar les quito la vergüenza y después de hacerlo se la devuelvo». Esto es aplicable a ultras, neonazis y todos los demás colectivos de cobardes.

Encuentro otro motivo, sin embargo, para cubrirse el rostro: cuando uno practica el bien perseguido; cuando pronuncia la verdad silenciada; cuando defiende el ideal censurado. En estos casos sigo pensando que la vehemencia de la vida propia supera cualquier decibelio de las palabras, pero podría llegar a entender un rostro oculto si en sus ojos veo esa sed de verdad. Llegará el día en que tengamos que decir que la hierba es hierba —la batalla por su verdor ya la hemos perdido— y aún no sabemos con qué atuendo lo diremos. Quizás bajo la tela de uno de estos pasamontañas.

Mientras toda España hablaba de estos ultras, que revientan partidos (como por otro lado se ha hecho toda la vida), yo me acordaba del reciente documento del Ministerio de Sanidad, que recoge el número de abortos en 2023. La ministra está feliz porque en España se asesinaron el año pasado más bebés que el anterior y para este Gobierno la mortalidad es sinónimo de mayoría parlamentaria. Qué es el sonido terrible de una cánula en el vientre materno en comparación con el chin chin de las copas de la ministra.

Si alguien debería salir a la calle con pasamontañas no son los ultras del Atleti, cachorros de una fe sin dios, sino la ministra de Sanidad, la de Igualdad, el presidente del Gobierno y si me apuras hasta el líder de la oposición. En España hemos normalizado que los promotores de la cultura de la muerte, que acaban al año con más de 100.000 vidas inocentes, salgan a la calle a pasear. Y venga selfies. Y aplausos huecos. Estos políticos deberían hacerse con uno de esos pasamontañas hasta que denuncien que la vida es vida, aunque estemos ya perdiendo la batalla por su literalidad. Quizás bajo el pasamontañas puedan llegar a ocultar su rostro de indignidad.