Atravesar la cúpula

En junio de 2010, una amiga me aconsejó que le pidiera cita al profesor Rafael Alvira. «¡Pero si nunca he sido su alumno!», objeté. «Lo serás: tú mándale un e-mail y dile que quieres pasar a verle, para charlar un rato». Lo hice, y al día siguiente, a las diez de la mañana, estaba conversando con el afamado profesor de Filosofía, que me regaló su tiempo. Le pedí, entre otros consejos, una lista de lecturas. Me recomendó no dejar de leer los diálogos de Platón, y, de entre los autores más actuales, me recomendó vivamente a Josef Pieper, y, en particular, dos de sus obras: Una teoría de la fiesta y El ocio y la vida intelectual.

Cuando, en febrero de este año, supe del fallecimiento del profesor Alvira, volví a este último libro. Y entonces comprendí mejor aquella recomendación. No voy a resumir aquí el libro, porque: a) no sabría hacerlo bien; b) no hay nada que supla una lectura personal; y c) «os libros son para quienes se los trabajan», como le oí decir con gracia a Gregorio Luri. Me limito a rescatar aquí una idea de Pieper.

El punto de partida son las prisas de cada día, el trabajo ocupándolo todo, la agenda sustituyendo a la respiración. Pieper describió así aquella agonía de su tiempo: «Por todas partes máxima tensión y sobrecarga, sólo aparentemente aligerada mediante desviaciones y pausas acabadas apresuradamente: periódicos, cines, cigarrillos». Ahora no deja de pasar lo mismo. Los periódicos, cines y cigarrillos son ahora las pantallas y el gimnasio, convertidos en los nuevos descansos aparentes del guerrero.

Sea como fuere, lo innegable es que existe una «cúpula bajo la que está encerrado el mundo de la jornada burguesa de trabajo». Vivimos una «sujeción al proceso general del utilitarismo» que agota el espacio vital, que empobrece a quien sólo queda satisfecho por el movimiento perpetuo del trabajo. Ojo, que de este mal tampoco se salvan los empleados públicos: según Pieper, «el Estado laboral totalitario necesita del que no es nada más que funcionario de alma empobrecida, y éste, por su parte, se inclinará a ver y admitir únicamente en el total descargo del servicio la imagen engañosa de una vida colmada».

¿Y cómo salir de ese túnel tremendo? ¿Cómo librarse de una organización servil? El filósofo alemán propone salir de esta cadena de fines del mundo laboral, mediante lo que denomina una «profunda conmoción existencial» que revele los límites de la existencia, ya sea por la experiencia cercana de la muerte o por cualquier otra vivencia creadora (la filosofía, la verdadera creación poética, la oración). Se trata de habérselas con lo maravilloso; de alimentar la posibilidad de que el hombre sencillo, «cautivo en el mundo de los días de labor», algún día sea afectado por la fuerza de esa conmoción; de confiar en que, igual que hubo quienes salieron de la caverna platónica, habrá otros que sabrán atravesar la cúpula de lo meramente utilitario y que no tiene amor.