Como a los poemas, a los aforismos se regresa de vez en cuando. Unos y otros parecen olvidados, pero se ocultan en algún pliegue selecto de la memoria. Basta un hecho para despertarlos: entonces, la poesía revive y el aforismo resuena.

Me pasa últimamente con algo breve que escribió García-Máiquez en ese libro de quintaesencias que se titula Palomas y serpientes. Desafiando la conciencia del lector, el autor dice que «las arrugas son más profundas que las cicatrices». Uno lee eso y se queda pensativo. Una interpretación posible es la de que, al final, el tiempo (simbolizado por las arrugas) tiene mayor importancia que cualquiera de las heridas recibidas (representadas por las cicatrices). La hondura de los días frente a la superficialidad de la piel.

A Newman le sucedió algo así en 1877. Un editor le había propuesto que respondiera a un crítico. Newman, consumado polemista, podría haberlo hecho de forma magistral. Pero, como su experiencia personal le había proporcionado mayor sabiduría, declinó la invitación con este argumento: «Dejaré felizmente que el tiempo haga conmigo lo que ha hecho en los últimos cuarenta o cincuenta años». Y remató la idea con unas palabras conocidas: «El tiempo ha sido mi mejor amigo y defensor». El vulgo dice lo mismo, pero a la pata la llana: el tiempo todo lo cura.

Ahora bien, eso sucederá si contamos con el tiempo, es decir, siempre que se haga eso tan redundante que es darle tiempo al tiempo, dejarle que se despliegue y actúe. Si no contamos con el tiempo, ¿quién nos protegerá?

No hago teorías en el aire. Estoy hablando de las arrugas en las caras de la gente. Estoy hablando de esa moda que consiste en despejar del rostro (y de cualquier otra parte de nuestro cuerpo) cualquier señal, por mínima que sea, del paso del tiempo. Me refiero a esa toxina bacteriana que se aplica en oftalmología y en neurología, pero también en medicina estética; al bótox, que para algunos es ya como el agua.

No diré que la arruga sea bella, pero sí que, al provenir del tiempo, la arruga no tiene por qué ser necesariamente fea. Hay arrugas de las que no siempre debiéramos huir. Cada uno sabrá cuáles. El caso es que, en el frenesí de quien oculta el deterioro de su carne, acaso se den la tendencia de no querer crecer y la pretensión de contemplarse en las aguas del estanque. Peter Pan y Narciso en comandita: malos tiempos para la épica.

De vez en cuando me reencuentro con caras que un día juzgué hermosas. Son caras de amigas, de conocidas o de saludadas. Si noto sus gestos rígidos por el bótox, si veo que ya han perdido su gesto normal, me invade de inmediato una tristeza invencible. Pudieron optar por aquel tiempo amigo y defensor, pero se dejaron engañar por la magia imposible del bisturí, como si la piel tersa ocultara las cicatrices del alma.

Alfonso Paredes
Abogado en ejercicio. Casado y padre de cinco hijos. Máster en matrimonio y familia (Universidad de Navarra). Autor de 'El señor Marbury' (Homo Legens, 2020) y de 'Sonata en yo menor' (Monóculo, 2022).