«El trabajo os hará libres», rezan en perfecto alemán, forjados en hierro, los letreros que daban la bienvenida a los campos de concentración en la Alemania Nazi. Una frase que no es más que una gran mentira y quizá la puntilla a la mayor atrocidad perpetrada en el siglo XX. Ahora el mensaje sigue siendo el mismo: «La vacuna os hará libres», y no dejan de repetirlo constantemente entre líneas a la sociedad. Igual que pasaba en Auschwitz, donde hasta el más trabajador acababa con su cuerpo convertido en cenizas, los vacunados nunca serán libres. Y ésa es la verdad, porque pierden su libertad cuando dejan de poder decidir por sí mismos.

Si una cosa se les daba bien a los nazis era, precisamente, apropiarse de todo y hacerlo suyo. Lo hicieron con la esvástica y no se despeinaron copiando al mismísimo Jesucristo cuando dijo a los judíos «la verdad os hará libres». Claro que, como ya saben, lo original siempre es mejor y todo lo demás son copias baratas.

Se nos ha mentido tanto que ya no sé ni por dónde empezar. Para los que creíamos que el nacionalsocialismo había desaparecido y nunca jamás íbamos a revivir los errores del pasado, nos la han colado. Estos nuevos socialdemócratas son los mismos lobos con diferentes pieles, lo único que les importa es el dinero y por fin Alemania, con Von Der Leyen, ha conseguido imponer su Cuarto Reich. Qué más dan los millones de documentales, libros y películas que nos cuentan cada segundo de la vida del austriaco con bigote más famoso de la historia o las causas y los porqués de lo que ocurrió, si al final no sabemos distinguir una dictadura ni cuando la tenemos ante las narices.

Recurrir al miedo es habitual. Todos los políticos, reyes y emperadores han flirteado en algún momento con el terror para controlar a la población, porque es el sentimiento más primario, ése que te hace actuar como eres en realidad. Y eso es lo único bueno que nos ha traído este circo, se han delatado todos esos progres revolucionarios de pacotilla a los que se les llenaba la boca con los derechos y libertades y ahora asienten cual Elvis de salpicadero ante atropellos como el confinamiento, las vacunas a menores o el pasaporte COVID, demostrando que la diferencia entre fascismo y socialismo es la misma que hay entre Pablo Casado y Pedro Sánchez: ninguna.

No culpo a los que tienen miedo, es lógico, puesto que los de arriba han dispuesto de la mayor maquinaria de propaganda jamás creada, un entramado corporativo donde internet, televisiones y prensa escrita se unen para atormentarnos, atemorizarnos y, en definitiva, dominarnos.

Si hace dos años alguien me hubiera dicho que esto iba a ocurrir, seguramente repetiría los mismos eslóganes que nos espetan a los que hoy disentimos del relato oficial, porque después de la Segunda Guerra Mundial parecía imposible que algo así volviese a pasar, ya que, teóricamente, se crearon mecanismos para que la atrocidad no se repitiera. Nos aseguraron que existían instrumentos para cortar por lo sano todo atisbo de autoritarismo y solamente con la complicidad de todos se podría dar una situación como la que hoy vivimos.

Ha sido así de sencillo, ha bastado con una simple gripe para convertirnos en marionetas a sus órdenes. No me malinterpreten, pero nosotros tenemos buena parte de culpa de lo que nos está pasando. Esto viene cocinándose desde hace tiempo. Los valores, la educación, la seguridad o nuestro poder adquisitivo han ido cayendo en picado año tras año. Todo envuelto en el falso Estado de bienestar. Aparentemente los verdaderos problemas ya no existen porque no salen en la televisión y de lo único que se habla es del COVID, de Memoria Histórica, de cambio climático o de leyes de género, con la única finalidad de dividirnos, como si estuviésemos por encima del pasado. No han perdido un solo día en el que no hayan atacado a nuestras raíces, a las costumbres o a las familias con el beneplácito de todos.

Como digo, la culpa es nuestra porque hemos ido eligiendo gobernantes más y más mediocres, con menos y menos escrúpulos a los que les importa muy poco el pueblo que les vota. Y si ahora la OMS dice que quiere quitar la Navidad sin encontrar resistencia, mañana querrá quitar el verano. Somos esclavos de nuestras decisiones, pero dueños de nuestro futuro. Si resistimos juntos y les plantamos cara, venceremos.