El confinamiento y la gestión negligente, de la que forma parte, están siendo condiciones aún más claves en la mortalidad que la capacidad de hacer daño del propio virus. A medidas más duras, mortalidad más alta. Es una correlación que se está viendo por todo el mundo. El ambiente es tristísimo, el miedo y la depresión están propagados. Hay personas que literalmente mueren de pena solas en casa. Si de verdad funcionase, el número de contagiados habría bajado hace un par de semanas. No se le pueden poner puertas al campo.
¡Vaya combo el de España al no pensar en otra cosa, no salir de casa y la peor gestión de la situación imaginable! Qué complejidad de escenario.
Y eso a corto plazo. A largo plazo la cuestión de la salud en relación con el confinamiento no pinta bien tampoco.
Cada día que pasa, el confinamiento y otras medidas económicas sumen a España en un lugar político y económico más difícil del que salir. Por muy catastrófico que esto sea, me quiero centrar en el tema de la salud, que es donde encuentra su justificación ideológica. Los millones de parados implicarán más depresiones, más suicidios, más enfermedades coronarias… Más pobreza es peores medios sanitarios, más accidentes de tráfico por peor mantenimiento de coches y carreteras, peor nutrición y más enfermedades relacionadas con la obesidad. Peor cuidado de enfermos y mayores. En definitiva, una esperanza de vida más baja. ¿Sigo? No creo que haga falta, se capta la idea. El remedio es peor que la enfermedad. Literalmente.
Hay una regla de la vida que dice que el fin no justifica los medios. ¿Se puede frenar al virus mediante el precio de arrebatarnos la libertad? No. Tal acción es una ignominia que nada bueno puede traer. Nos conducimos a una profundísima ruina a cambio de nada, sólo porque a las presuntas soluciones se les llama «científicas».
Estamos a tiempo de revertir la situación. ¿Cuánto más es necesario persistir en el error?