Los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile ya son definitivos y confirman lo que el clima político anticipaba desde hacía semanas: el vencedor ha sido el candidato de derechas José Antonio Kast. Kast partía como claro favorito tras imponerse en la primera fase del proceso a Evelyn Matthei y Johannes Kaiser para liderar la candidatura del bloque conservador frente a Jeannette Jara, aspirante de la coalición de izquierdas y militante del Partido Comunista de Chile.
La campaña estuvo marcada desde el inicio por el profundo desgaste del Gobierno de Gabriel Boric, así como por la inseguridad ciudadana y la inmigración ilegal, cuestiones que desplazaron cualquier otro debate. El desenlace fue casi un plebiscito: Kast obtuvo el 58 % de los votos, ganó en todas las regiones del país y alcanzó los 7,1 millones de sufragios, la cifra más alta registrada nunca por un candidato presidencial en Chile.
La victoria de Kast inaugura una nueva fase en la política chilena, caracterizada por el declive de la derecha clásica y el ascenso de formaciones más combativas y menos condicionadas por los consensos del establishment. El Partido Republicano, fundado y liderado por Kast, encarna ese giro soberanista, en paralelo a otras experiencias regionales como el Partido Nacional Libertario de Johannes Kaiser o el fenómeno de Javier Milei en Argentina.
Este desplazamiento no es únicamente ideológico, sino también sociológico: una parte relevante del electorado de derechas dejó de sentirse representada por los partidos tradicionales, percibidos como excesivamente acomodaticios ante la agenda cultural y política de la izquierda.
Pinochet, del tabú a la reivindicación
Uno de los elementos más singulares del nuevo ciclo político es la relación abierta de Kast con la figura de Augusto Pinochet. El legado del régimen militar sigue siendo uno de los asuntos más divisivos de la historia reciente chilena. Pinochet destruyó la democracia y desplegó una represión sistemática contra la izquierda, pero también presidió un periodo de estabilidad y crecimiento económico que muchos chilenos comparan favorablemente con el declive posterior.
Aunque perdió el plebiscito de 1988, Pinochet obtuvo entonces un 44 % de apoyo, una base social que durante décadas quedó políticamente silenciada. Durante años, incluso dirigentes conservadores evitaron reconocer públicamente cualquier respaldo al régimen. Kast ha roto con esa lógica: nunca ha renegado de su apoyo a Pinochet, recordó que su hermano Miguel fue ministro en los años ochenta y llegó a afirmar que, de seguir vivo, el general habría votado por él.
Conservadurismo social y nuevo electorado
Kast también representa una ruptura clara con la evolución cultural de la derecha chilena. Se separó de la Unión Demócrata Independiente cuando esta, bajo la presidencia de Sebastián Piñera, optó por abandonar el conservadurismo social y pactar con el centro-izquierda reformas como la legalización del aborto o el matrimonio homosexual. Para Kast, católico convencido, ese giro supuso una línea roja.
Su Partido Republicano mantiene una oposición frontal al aborto, al matrimonio y la adopción entre personas del mismo sexo, al feminismo institucional y a las derivas ideológicas del wokismo importadas desde la izquierda estadounidense. De forma paradójica, esta firmeza ha convertido a Kast en el candidato preferido del creciente electorado evangélico, hoy el bloque más socialmente conservador del país.
Moderación institucional y límites del poder
Pese a la imagen de radicalidad que le atribuyen parte de los medios, el comportamiento del presidente electo ha sido hasta ahora prudente. Su discurso de victoria fue integrador y el traspaso institucional con Boric se desarrolló dentro de la más estricta corrección formal.
El margen de maniobra de Kast, sin embargo, será limitado. Aunque la derecha controla la Cámara de Diputados, el Senado permanece bloqueado y las divisiones internas del propio bloque conservador dificultan la aprobación de grandes reformas. Además, su programa no cuenta con un respaldo incondicional: en 2023 los chilenos rechazaron una propuesta constitucional impulsada en gran medida por su entorno político.
Consciente de ello, Kast ha rebajado expectativas. En materia migratoria ha admitido que las deportaciones masivas requerirán tiempo y capacidad administrativa. En lo económico, ha advertido de un año especialmente duro debido al estado de las finanzas públicas heredadas.
El péndulo iberoamericano vuelve a oscilar
Uno de los cambios más relevantes se producirá en política exterior. Chile tenderá a una relación mucho más fluida con los Estados Unidos, tras años de aproximación preferente a China. La influencia china en el país es hoy estructural: Chile se incorporó a la Nueva Ruta de la Seda en 2021 y su sector minero está profundamente integrado en las cadenas de suministro de Pekín, que absorbe ya el 40 % de las exportaciones chilenas.
Desvincularse de China será complejo, pero el nuevo escenario abre oportunidades para Washington si apuesta por la inversión y la cooperación económica. Kast ha expresado su sintonía con la Administración Trump y ha llegado a justificar una eventual intervención estadounidense en Venezuela como vía para poner fin al colapso regional y a los flujos migratorios descontrolados.
La victoria de Kast se inscribe en un contexto regional más amplio: el giro a la derecha de varios países iberoamericanos, impulsado menos por una conversión ideológica que por el cansancio ante la inseguridad, el estancamiento económico y el desorden público. Chile ha dado un golpe de timón claro respecto a los años de Boric. Que ese giro se traduzca en un cambio duradero dependerá de la capacidad del nuevo presidente para gobernar con eficacia, negociar con un Congreso fragmentado y ofrecer resultados tangibles a una sociedad exhausta.


