Don Mendo sí se hereda

Muñoz Seca, Ussía y esa españolísima élite del ingenio, integrada por Mingote, Ozores, Tip, Mihura, Jardiel o Gómez de la Serna, engrandecieron el humor como arte

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Hace años, Joaquín Sabina dedicó a Alfonso Ussía un soneto sonoro en su forma y bilioso en su fondo. Un catálogo de ataques («ramplón», «ordinario», «cursi», «pelma oficial»), rematado por el dardo final: «don Mendo no se hereda». Sabina siempre ha sabido rimar. Rimar, sí, pero si algo desmiente su poema es precisamente la tesis que lo vertebra. La gracia, esa mezcla rara de ingenio, oído, humor, mala leche y compasión, a veces es don, a veces, oficio, y, en contadas ocasiones, linaje. En Ussía concurrían las tres.

El abuelo, don Pedro Muñoz Seca, dejó en vida, hasta que los rojos lo mataron por católico en Paracuellos, un dominio absoluto de la métrica y un sentido del humor capaz de iluminar incluso las exageraciones más disparatadas. Esa «prosapia de la C.E.D.A.» de la que se burló Sabina era, en lo literario, un tesoro: la escuela más fértil del teatro cómico español de la primera mitad del siglo XX.

Ussía recibió esa herencia y la honró. Don Pedro convirtió los temas de oposición en versos para memorizarlos mejor; Alfonso, mientras, paría romances, cuartetos, décimas y sonetos como quien afina un instrumento que domina desde niño. Quien lea con atención verá que, si de rimas hablamos, Sabina tenía más motivos para la admiración que para la escaramuza.

El humor de Ussía nunca fue cínico. Se reía de los tontos, los soberbios, los pedantes, los cursis, los fantoches con cargo… Su burla no era resentimiento de cantina, sino una forma de higiene. Sabía que el humor, para que funcione, debe apuntar hacia lo alto sin dejar de mirar a ras de suelo con la autenticidad de la que el soneto sabiniano presume, pero que no demuestra.

Don Pedro, Alfonso y esa españolísima élite del ingenio, integrada por Mingote, Ozores, Tip, Mihura, Jardiel o Gómez de la Serna, engrandecieron el humor como arte, no como desahogo. La suya era una elegancia antigua, que no necesitaba del insulto ni de la transgresión subvencionada para hacer reír.

Alfonso Ussía Muñoz Seca nos nos alegró la vida a muchos con sus artículos, sus versos y sus anéctdotas. Pocos desconocidos con ese don para contarnos nuestras historias con una gracia que no se finge ni se imita, no se compra ni se envidia. Desde ahora, en la prensa española habra un hueco que será el de toda una generación, y el de una estirpe. Al final, entre Joaquín y Alfonso, sólo uno escribió con verdadera herencia en la sangre.

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