Manifestarse contra el mal

En tiempos de zozobra moral y resignación política, la tentación del silencio se hace presente. Es razonable pensar que ninguna manifestación hará caer al Gobierno de Pedro Sánchez, sostenido por una red de intereses contrarios el bien de España, pactos en caseríos oscuros y un control cada vez más férreo de las instituciones. Confundir, en cambio, la falta de eficacia inmediata con la inutilidad es un error. La protesta no es sólo un instrumento político, uno de los pocos todavía a nuestro alcance, también es un gesto de dignidad.

Salir a la calle para denunciar el mal expresado en la corrupción, el sectarismo, la manipulación de la ley, la erosión deliberada de la convivencia no cambia de un día para otro el rumbo del poder. Pensar lo contrario nos llevaría al desánimo. Salir, manifestarse, es una manera de preservar la conciencia de que todavía existe una parte de la nación que no se resigna a normalizar la mentira y el crimen. Manifestarse no basta, es cierto. Lo mínimo, además, es exigir una moción de censura a quien puede plantearla, pero renunciar a la calle sería admitir que la batalla moral está perdida, cuando no lo está.

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