Cada invierno, cuando Madrid comienza a oler a castañas, el alumbrado navideño divide opiniones, los niños abren la primera casilla del calendario de Adviento y los católicos empezamos a preparar el nacimiento del Niño Dios, la Fundación Contemplare activa una maquinaria silenciosa que mueve a más de 80 monasterios españoles, franceses e italianos. No se trata de un mercadillo al uso: es una invitación a asomarse allí donde el trabajo artesano se funde con la oración y el silencio de la vida consagrada.
Este año, las Ferias Monásticas regresan con una novedad que sorprende incluso a los veteranos: la cosmética made in prayer. Jabones de arcillas de colores, bálsamos de rosa mosqueta, champús de lavanda o cremas de propóleos procedentes de panales cuidados en silencio por manos cistercienses. A estas fórmulas naturales se suman perfumes, aceites corporales, velas e incluso ambientadores de higo. Un catálogo que revela el saber de jardines monásticos que nunca dejaron de ser pequeños laboratorios botánicos.
Y aquí está la gracia: lo que para la mercadotecnia es una moda o un reclamo («lo natural» o «lo artesanal»), para nuestros contemplativos es un regreso a su idiosincrasia. Desde la Alta Edad Media, los monasterios fueron el corazón farmacéutico de Europa, custodios de herbarios, alambiques y remedios que convertían sus huertos en auténticas boticas vivas. De los benedictinos a las monjas hospitalarias, las comunidades religiosas destilaron aguas de rosas, prepararon ungüentos con cera de sus colmenas, maceraron plantas para bálsamos curativos y sistematizaron conocimientos que figuras como santa Hildegarda de Bingen elevaron a verdadera ciencia. La cosmética monástica de hoy no es un capricho artesanal: es la heredera directa de mil años de cuidado, observación de la naturaleza y oración.
La propuesta convive con otros clásicos que ya forman parte del imaginario navideño: mantecados y polvorones (tienen la receta original custodiada en Estepa), yemas de clarisas, mazapanes, panettones, turrones inesperados —de matcha, de macadamia, de chai— y hasta morcilla de monasterios franceses para untar. Como en ediciones anteriores, Madrid y el corazón de Oviedo serán los escenarios donde el público podrá acercarse para aprovisionar las despensas de cara a las mesas de las fiestas y hacer realidad los regalos de las cartas de Reyes.
Pero detrás de los escaparates, las casetas y las cajas de envío hay algo más profundo que una feria navideña: cómo en los talleres de benedictinos, trapenses o carmelitas, la dignidad del trabajo se vuelve tangible y deja entrever una forma de vivir que no necesita ruido para ser fecunda. Ora et labora.
Un puente entre dos mundos
La Fundación Contemplare actúa como mediadora entre la parte de la Iglesia militante que reza sin descanso y el consumidor contemporáneo. Más allá de los productos típicos de estas fechas, durante el resto del año los monasterios necesitan otras vías para sostenerse, por lo que comercializan a golpe de click y en cualquier momento —una suerte de Amazon monástico— productos gourmet, ropa para bebés, vinos, cervezas, quesos, belenes e incluso la San José box, una caja de suscripción mensual que permite recibir una selección de productos diferentes cada mes.
Del jueves 4 al lunes 8 de diciembre
En la Plaza Mayor de Madrid: venta exclusiva en la Casa de la Panadería.Del 4 al 20 de diciembre
En el ABC Serrano: exclusivamente dulces tradicionales.Del 5 al 23 de diciembre
En el centro de Oviedo, con ocho casetas de madera.Desde la web, envíos directos del convento a casa, al estilo de Amazon.
Formada por laicos, la Fundación no sólo gestiona envíos desde los cenobios en 72 horas, sino que presta apoyo técnico, formación y logística para que el trabajo de los religiosos encuentre su sitio en el mercado y sirva para su sustento.
El apoyo económico es necesario en cualquier época. Contemplare mantiene una lista de necesidades reales para quienes deseen ayudar sin pasar por el dulce o la cosmética.
El pulmón que sostiene a la sociedad
Quien ha visitado un torno monástico de niño lo recuerda para siempre. Así como Atlas sostiene la bóveda celeste, la vida contemplativa carga con el globo terráqueo. En palabras de Benedicto XVI, es «el pulmón espiritual de la sociedad». Quizá por eso las ferias monásticas no son sólo un mercado navideño, sino una ventana a aquellos que mantienen a flote un mundo que, sin saberlo, respira gracias a quienes rezan entre muros centenarios.
Este diciembre la Fundación Contemplare vuelve a recordarnos que la belleza nace del silencio. Y que apoyar a los religiosos de los monasterios es también una forma de acercarnos al cielo que ellos, discretamente, anticipan.


