Uno de los aspectos más significativos del pontificado de Benedicto XVI, aunque a menudo eclipsado por otros debates más polémicos, fue su comprensión profunda y teológicamente fundamentada del papel de los laicos en la Iglesia y en la sociedad contemporánea. Heredero del Concilio Vaticano II y particularmente de la constitución Lumen Gentium, Benedicto XVI dio un paso más al desarrollar con profundidad una visión, digamos, misionera y corresponsable del laicado en la vida de la Iglesia.
Lejos de reducir a los laicos a funciones auxiliares o de mera colaboración —tal y como muchos han pretendido señalar—, el Papa Benedicto los reconoció como protagonistas en la evangelización y en la transformación cristiana del mundo. Todos los avances del Papa Francisco a este respecto se deben, en gran medida, a la rica herencia de su antecesor. Si bien es cierto que el pontificado del Papa Francisco ha propiciado un fuerte impulso al protagonismo de los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia, este proceso tiene raíces firmes en el magisterio de Benedicto XVI. No en vano el pontífice alemán subrayó en numerosas ocasiones la vocación y corresponsabilidad de los fieles laicos, especialmente en la vida pública y cultural —en 2007 nos dedicó la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis—.
Durante los ocho años de papado, Benedicto XVI abordó el tema del laicado en diversos discursos, homilías y documentos oficiales. Ahora parecen prometedoras las palabras recogidas en su Discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, el 15 de noviembre de 2008: «Hablar del laicado católico significa referirse a innumerables personas bautizadas, comprometidas en múltiples y diferentes situaciones para crecer como discípulos y testigos del Señor y redescubrir y experimentar la belleza de la verdad y la alegría de ser cristianos».
Desde su constante empeño sacramental, uno de los documentos clave de su magisterio en este tema de los laicos fue, como decía, la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, donde Benedicto XVI reafirma que la Eucaristía debe ser el corazón de la vida cristiana, también para los laicos, como fuente de su misión en el mundo: «El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente su propia responsabilidad política y social. Para que pueda desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta para la caridad y la justicia. Por eso, como ha pedido el Sínodo, es necesario promover la doctrina social de la Iglesia y darla a conocer en las diócesis y en las comunidades cristianas».
La originalidad progresista de Benedicto XVI en este asunto radicó en su convicción de que el mundo no debe ser un simple campo de acción para el cristiano, sino el lugar donde se desvela el sentido de la fe. En este sentido, Ratzinger recuperó la idea de vivir in mundo, sed non de mundo, propia del Evangelio de San Juan, y la proyectó como renovado paradigma del testimonio laical en el mundo. Huyendo de toda clase de clericalismo, abordó el reto de los laicos como presencia transformadora en la Iglesia y el mundo.
A este respecto, por último, resulta significativo que Benedicto XVI alentara con fuerza movimientos y realidades eclesiales laicales, como el Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, el Opus Dei, los Focolares o la Comunidad de Sant’Egidio, reconociendo en ellos una renovación del protagonismo de los laicos en la vida eclesial y en la evangelización de nuestros días. Gracias a su amplia visión teológica del Pueblo de Dios —y a su incomparable capacidad intelectual—, en la que todos los bautizados comparten la misión de Cristo, Benedicto XVI redobló una apuesta exigente y profunda: la santificación del mundo desde dentro.


