El informe FOESSA 2025, presentado por Cáritas, refleja la España real, la que crece al 2,9% del PIB pero se fractura por dentro. Señala un titular al respecto que las clases bajas vivían al límite en España, cuando la verdadera novedad es la erosión silenciosa de la clase media.
Hoy, la clase media puede llenar la cesta de la compra —cada vez más penosamente— y salir a cenar una vez al mes. Pero no puede tener un hijo ni comprar un piso. Ésa es la nueva frontera: no entre ricos y pobres, sino entre quienes aún pueden fingir normalidad y quienes ya no pueden ni fingir.
La clase media ha pasado del 63% de la población en 2008 al 59% en 2025. Más que un dato, es un millón de familias. Más acá de la estadística, es la pareja de profesores que no puede pagar el alquiler en Madrid sin renunciar a la guardería, el ingeniero de 35 años que vive en un piso compartido o la enfermera que ha renunciado a tener un segundo hijo porque la conciliación es un lujo que no cabe en su turno partido.
El informe llama «fragmentación social inédita» al gran timo de la falsa recuperación. Mientras el PIB crece gracias al turismo y la invasión (a que hay más gente consumiendo y trabajando), el coste de la vida se dispara: vivienda (+45% desde 2019), alimentos (+35%), energía (+28%). Son los nuevos pobres con nómina: tienen contrato, pero no opciones.
La clase media tradicional pasa a ser una clase media precaria: con estudios universitarios, pero sin acceso a la propiedad; con trabajo, pero sin capacidad de ahorro; con deseos de familia, pero sin espacio para ello. Lo dramático es que todo esto no es fruto del infortunio: la gente corriente estamos, exactamente, donde quieren que estemos.


