Álvaro de Bazán, azote de corsarios

Héroe de Lepanto, no conoció la derrota en el campo de batalla y fue un adelantadado en el manejo de los galeones de guerra y en el uso de la infantería de marina en operaciones anfibias

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«El fiero turco en Lepanto, / en la Tercera, el Francés, / y en todo el mar el Inglés, / tuvieron de verme espanto. / Rey servido y patria honrada / dirán mejor quién he sido / por la cruz de mi apellido / y con la cruz de mi espada». Así recordaba Lope de Vega a quien, con toda justicia, podemos considerar como uno de los más grandes y afamados militares de nuestra historia. Don Álvaro de Bazán y Guzmán destacó por no conocer la derrota en el campo de batalla, y también por el manejo de los galeones de guerra, por utilizar la infantería de marina para realizar operaciones anfibias y por su papel en el combate contra los corsarios al servicio de los enemigos de España.

Nacido en Granada el 12 de diciembre de 1526, Álvaro de Bazán pertenecía al poderoso linaje navarro de los señores del Valle del Baztán que, durante generaciones, había servido a los reyes de Navarra y de Castilla durante la Reconquista. Su abuelo sirvió a los Reyes Católicos, como Capitán General, durante la Guerra de Granada, mientras que su padre, Álvaro de Bazán el Viejo protagonizó la transición familiar de señor de mesnada a marino de guerra, al ser nombrado Capitán General de las Galeras de España y de la Costa de Granada, destacando por su importante victoria ante los franceses en la batalla naval de Muros.

Después del nacimiento de Álvaro, su padre solicitó un hábito de Santiago para su hijo, petición que fue aceptada en 1529 por el rey Carlos I. Siendo como era un niño de alta alcurnia, fue armado caballero y en 1535 alcaide a tiempo completo del castillo de Gibraltar, aunque bajo la pertinente supervisión paterna hasta alcanzar la edad suficiente para ejercer sus funciones. Su padre no descuido ni por un solo instante la formación de su prometedor vástago por lo que pidió a Pedro González de Simancas que fuese su ayo y le ofreciese una esmerada educación en el uso de las armas, pero, también, una profunda instrucción humanística que le permitiría, años más tarde, convertirse en mecenas de numerosos artistas, poetas y humanistas. Por encima de todo, debemos resaltar su interés por el mar, una pasión heredada y que se fue acrecentando con el paso del tiempo. A los nueve años ya corría por la cubierta de los barcos que gobernaba su padre, mientras que en 1537 tuvo la oportunidad de integrarse en el mundo atlántico y conocer, de primera mano, los vertiginosos avances en la construcción de nuevos barcos en los astilleros del norte. En 1540 embarcó en la armada de su padre, capitán general del mar Océano, y dos años más tarde participó, de forma activa, en la batalla de Muros contra los franceses, que terminó con una sonada victoria española.

Álvaro de BazánFue un momento importante porque, después de aquella acción, el insigne marino concedía el mando de la escuadra a su hijo, mientras el padre viajaba hasta Santiago de Compostela en acción de gracias y, después, a Valladolid para informar al príncipe Felipe de la importante victoria conseguida ante los franceses en el contexto de las guerras italianas. El vertiginoso ascenso de Álvaro de Bazán continuó con la asunción del mando de una armada independiente con la misión de guardar las costas meridionales de la península frente a los constantes ataques de los piratas berberiscos y corsarios franceses e ingleses, al mismo tiempo que asumía la responsabilidad de proteger la llegada de la Flota de las Indias. Su buena labor fue reconocida en 1554 al ser nombrado, con solo 28 años, capitán general de la Armada contra Corsarios. Con una flota compuesta por dos galeones de moderna invención (el nuevo buque de guerra fruto de la inventiva de su padre y que se generalizó en las marinas de la época), cuatro navíos y dos pataches con más de 1.200 hombres, consiguió poner contra las cuerdas a los corsarios que amenazaban la seguridad de las rutas marítimas. En 1555, Álvaro de Bazán ya peinaba la zona comprendida entre los cabos de Santa María y San Vicente, y las aguas de Azores y Canarias. Su labor fue premiada con la captura de dos buques franceses en el cabo de San Vicente y en mayo de 1555 apresó una nueva nave francesa, fuertemente artillada, frente a Coimbra, en la que hizo setenta prisioneros. Al año siguiente, en 1556, mientras patrullaba la costa portuguesa, capturó otro buque francés armado con 70 cañones y cuando fue consciente de los trapicheos del rey de Marruecos con los corsarios ingleses, sin pensárselo dos veces, entró en un puerto protegido por una fortaleza en el cabo Agüer y, después de incendiar las carabelas moras, capturó dos naves inglesas, capitaneadas por Richard Watts, e hizo 200 prisioneros.

De Vélez de la Gomera a Mesina

Algo más tarde, en 1563, acudió al rescate de las guarniciones de Orán y Mazálquivir, seriamente amenazadas por los berberiscos. Por aquellas fechas, el peñón de Vélez de la Gomera continuaba siendo un peligroso nido de piratas por lo que en julio de aquel mismo año partió una flota desde Málaga compuesta por unas 50 galeras al mando de Sancho de Leyva. Después de un caótico desembarco y unas simples escaramuzas, el capitán riojano, que se manejaba mucho mejor en tierra, ordenó la retirada, acción esta que fue contestada por uno de sus oficiales, Álvaro de Bazán, al considerar que esta acción daría moral a los berberiscos y los turcos.

No se equivocó el joven oficial granadino porque tras la marcha de la flota española, los piratas redoblaron sus ataques e incluso empezaron a realizar incursiones por las costas peninsulares, por lo que el rey Felipe II tomó la sabia decisión de tomar Vélez de la Gomera y organizó una nueva flota con más de 100 barcos, dirigida por García Álvarez de Toledo, con Álvaro de Bazán como segundo al mando. El 6 de septiembre de 1564 las tropas españolas tomaban, sin demasiadas dificultades, este estratégico enclave, provocando las iras del sultán turco que, sin pensárselo dos veces, trató de conquistar la isla de Malta con la idea de convertirla en su principal base y centro de operaciones para la posterior conquista de Sicilia. A pesar de la heroica resistencia de los malteses, la situación para los sitiados se antojaba crítica debido a la fortaleza de la flota comandada por Piali Pachá por lo que los malteses pidieron al cielo por la pronta llegada de los españoles.

En 1565, la flota española se encontraba en Mesina y su capitán, García de Toledo, convocaba consejo de guerra para tratar de buscar una solución a esta compleja situación y organizar un rescate. La mayor parte de los oficiales se mostraron tremendamente preocupados ante la idea de exponer la flota debido a la enorme superioridad turca en unidades navales, pero al final se impuso el plan propuesto por Bazán. La idea consistía en reducir la escuadra de rescate a unos 70 barcos, las mejores galeras disponibles, y embarcar en cada una de ellas a 150 soldados. Con estas embarcaciones se debería atravesar, lo más rápido posible, el canal desde la isla de Gozo por lo que, ante este movimiento cabía una doble posibilidad; o bien los españoles se encontraban con una simple división de guardia turca (con no más de 60 galeras) con la que se podría entablar combate con bastante garantía de éxito, o bien se llegaría hasta los sitiados sin que los asaltantes se diesen cuenta de su presencia. Esto último fue lo que ocurrió; sin ningún tipo de complicaciones las tropas españolas pudieron desembarcar en el puerto de Marsa Muscetto y pusieron en fuga a los turcos. Con esta acción, Ávaro de Bazán logró incrementar, aún más, su fama como uno de los mejores oficiales de la flota española.

El marqués de Santa Cruz de Mudela en Lepanto

Por todos los méritos acumulados el rey concedió a don Álvaro de Bazán, en 1569, el título de marqués de Santa Cruz de Mudela. En aquellos años, continuó patrullando las costas italianas, reduciendo notablemente la presencia corsaria en la zona, justo en un momento en el que el choque entre España y el imperio otomano se consideraba inevitable. Efectivamente, la presencia turca en el norte de África amenazaba con un posible desembarco en el sur de la península ibérica con el apoyo de los moriscos hispanos que habían ofrecido su ayuda a los piratas berberiscos durante sus incursiones depredatorias en las costas españolas. Además, la conquista de Chipre por las tropas de Selim II suponía una gran amenaza para Venecia que, por lo tanto, terminó decantándose por la intervención directa. Así, en mayo de 1571 se firmaron las capitulaciones de la Santa Liga entre el Imperio español, el Papado, la República de Venecia, el Gran Ducado de Toscana, la República de Génova y Saboya. La flota reunida por la Santa Liga, estaba compuesta por doscientas siete galeras, seis galeazas y setenta y seis buques ligeros, a cuyo frente estaban tres comandantes: por el Papado, Marco Antonio Colonna, por Venecia, Sebastián Veniero y por España, don Juan de Austria, quien ostentó el mando supremo aunque, aunque no son pocos los que aseguran que el principal responsable de la victoria cristiana sobre la poderosa flota turca fue don Álvaro de Bazán, cuya actuación en los tres momentos críticos de la batalla, mostrando el carácter ofensivo que siempre le caracterizó, impidió a la escuadra de Alí Pasha imponer su dominio en los distintos escenarios donde se produjeron los choques más decisivos.

Después de la batalla de Lepanto, uno de los hechos más recordados en la ilustre biografía de este egregio militar español se produjo cuando una embarcación veneciana fue atacada por una flotilla turca dirigida por Mehmed Bey, nieto de Barbarroja. De forma inmediata apareció por el horizonte la nave de Álvaro de Bazán, seguida por otras galeras, e inmediatamente se abalanzó sobre su oponente al que logró derrotar y dar muerte en poco más de treinta minutos. Ante esta nueva heroicidad, don Juan de Austria ofreció a Bazán la nave del capitán otomano, ataviada con ricas telas y con numerosos esclavos. La carrera del marino granadino parecía haber llegado hasta lo más alto, pero nuevas acciones le permitieron aumentar, aún más, su prestigio. En junio de 1572, el rey le ofreció las encomiendas de Alhambra y Solana, y en 1576 completaba con éxito, junto a don Juan de Austria, la conquista de Túnez, siendo nombrado, en diciembre de este mismo año, Capitán General de las Galeras de España.

Unión Ibérica y dominio atlántico

Durante los últimos años de su vida, la actividad militar de don Álvaro de Bazán, volvió a centrarse en el Atlántico. Tras la muerte sin descendencia de Enrique I de Portugal se generó un problema sucesorio resuelto en favor de Felipe II, nieto de Manuel I de Portugal, al recibir el apoyo de la burguesía y de la nobleza lusa. Por fin, la tan ansiada unión de los países ibéricos pudo llevarse a cabo, aunque para ello se tuvo que vencer la resistencia de las fuerzas que apoyaban al pretendiente, el prior de Crato. Poco o nada pudieron hacer las huestes del prior para frenar el avance decidido de los tercios al mando del duque de Alba apoyados por la armada de Álvaro de Bazán que puso en fuga los galeones portugueses para después colaborar en la toma de Lisboa.

Derrotados, los partidarios del prior se refugiaron en la isla Terceira (Azores), un lugar estratégico por el que pasaban una buena parte de los barcos procedentes de América y, por lo tanto, un enclave que bien pudo convertirse en un peligroso nido de piratas, un problema que pudieron solventar los españoles gracias, nuevamente, a la decisiva victoria conseguida por Álvaro de Bazán frente a una numerosa flota francesa. Los españoles quedaron, a partir de este momento, como los dueños absolutos del mar y, por lo tanto, los ataques corsarios franceses disminuyeron de forma muy significativa.

Agradecido, el rey Felipe II hizo venir a la Corte al marqués de Santa Cruz para elevarle a Grande de España y Capitán General del mar Océano y de la gente de guerra del reino de Portugal. Don Álvaro de Bazán, uno de los más destacados militares españoles de todos los tiempos, no dejó de servir a su rey y a su patria durante los últimos momentos de su vida. En 1586 convenció a Felipe II de organizar una invasión de Inglaterra como respuesta a la política agresiva de su reina Isabel. Por desgracia, cuando el proyecto su puso en marcha tuvo que demorarse como consecuencia de la aparición de una epidemia de tifus que acabó con la vida de don Álvaro el 9 de febrero de 1588. Su cuerpo, embalsamado, fue enterrado en la iglesia parroquial de Santa María del Viso, a la espera de la finalización del convento de San Francisco, por lo que su traslado se retrasó hasta el año de 1643. En la actualidad sus restos reposan en la capilla del inmediato palacio, propiedad de los Bazán, y que alberga el archivo histórico de la Armada. La muerte de Bazán no supuso su olvido, desde entonces varios barcos de la Armada española tuvieron el honor de llevar su nombre, el último la fragata F-101 botada en los astilleros de Izar, en Ferrol, el 31 de octubre de 2000, que aún navega por el mundo llevando consigo el recuerdo de este insigne navegante.

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