Hasta hace unos días yo tampoco conocía a Charlie Kirk. Había visto algún fragmento de sus debates, pero no relacionaba su nombre con su cara. Durante los últimos días he visto más vídeos y me ha fascinado su mirada.
En el primero, un joven transexual le pregunta a Kirk cuándo deberían empezar los tratamientos hormonales. Lo primero que hace el comunicador es pedirle al joven que cuente su historia. Él dice que supo que era trans a los nueve años, que se cambió de nombre con 13 y que ahora tiene 19 años. Kirk agradece al estudiante que haya compartido su historia. Luego le avisa de que va a dar una opinión que muy poca gente le dará a lo largo de su vida. Le dice que sea muy precavido a la hora de introducir sustancias en su cuerpo para cambiarlo. A cambio, le anima a trabajar primero en lo que le sucede en el cerebro. Le aconseja que busque un diagnóstico: alguien que escuche todo lo que le ha pasado. Al final le dice que reza por él y repite que muy poca gente le va a decir lo que acaba de escuchar. Para terminar, dice que le gustaría verle cómodo en el cuerpo con el que ha nacido: «Sé que quizás no te sientas así, pero creo que es algo que puedes lograr con la gente adecuada. No tienes que declarar la guerra contra tu cuerpo. Puedes aprender a amar tu cuerpo». No se puede traducir la cara del estudiante, pero asiente varias veces. No se siente ni agredido ni rechazado.
Otro vídeo es el de un chaval joven que le pregunta qué tiene que decir a los gays conservadores como él, porque no son muchos. Kirk le da la bienvenida al movimiento conservador y añade que no cree que deba presentarse a sí mismo basándose en su atracción sexual. El chaval coincide: «Me gusta que me vean como una persona». Kirk añade: «Claro, eres un ser humano completo, estoy seguro de que tratas bien a la gente y estás estudiando algo. Me gustaría huir de la idea que tu identidad es gay no sé cuántos —«gay anything», dice—. Creo que hemos recorrido un largo camino en la dirección equivocada en este país cuando hemos actuado como si lo más importante de nuestra identidad es lo que hagas en el dormitorio. No significa tanto para mí. Pero, si me preguntas desde una perspectiva cristiana, no concuerdo con ese estilo de vida. Sin embargo, la política va de sumar y multiplicar. Imagino que estás de acuerdo con mucho de lo que hablamos: fronteras, nación… y, para eso, te damos la bienvenida al movimiento conservador». El chaval le da las gracias.
Hay otros tantos vídeos que merecen la pena. En uno Charlie reconoce que fue esclavo de la pornografía y cuenta cómo venció esa batalla. En otro, habla del sexo como algo sagrado a un grupo de mujeres que se dedican al porno. Todas le miran cautivadas. También es interesante su conversación con Peterson.
Hasta hace unos días no conocía a Charlie Kirk. Todavía no lo conozco mucho, pero en los vídeos que he visto he detectado algo especial en su mirada. No miraba a la gente con desprecio ni sospecha. Al mismo tiempo, no ocultaba la verdad. O dicho de otro modo: miraba con amor, que eso significa corregir con la verdad. Supongo que Kirk miraba igual que otro hombre, de edad parecida, que vivió hace dos mil años. También era rápido de cabeza y usaba la ironía. Después de escuchar a una mujer junto a un pozo, le dijo: «Bien dices que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido». La mujer no se enfadó, sino que fue a avisar a todo el mundo: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?». Nadie reacciona así de bien si no se siente mirado con cariño.
Siempre da un poco de respeto escribir de manera explícita sobre Jesucristo. Pero Charlie Kirk hablaba de él con mucha naturalidad. Ahora los dos pueden hablar largo y tendido en el cielo.