Un mundo envilecido

Ese pozo en el que se bendicen el odio, la envidia y el resentimiento que por simplificar llamamos izquierda ha pasado en pocos años de apoyar la muerte civil a alentar el asesinato de sus contricantes. Es el triunfo de la tolerancia represiva, teorizada en Fráncfort y difundida desde Columbia, que defiende el castigo a quien no alabe la última miseria de su interlocutor.

En Madrid, los que nada tienen que decir por el drama generacional de la escasez de vivienda perpetran atentados contra La Vuelta por una guerra en un lugar que no colocan en el mapa. En Utah, los que callan ante el crimen salvaje de Charlotte contra Iryna Zarutska, pero quemaron el país por la muerte de George Floyd, celebran el asesinato de Charlie Kirk.

La violencia ya es la norma cuando se trata de que tengan razón aquéllos que en grupo no aceptan un no por respuesta, pero necesitan leyes del «sólo sí es sí» en privado. Una porción demasiado grande de nuestras sociedades, carente de soluciones porque no tiene problemas, aprende de manera acelerada que la condición de víctima otorga la ciudadania globalista y ésta se ejerce con la violencia contra quienes no pensamos como ellos.

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