Adiós a un pastor clandestino: monseñor Placidus Pei, testigo de la fe en China

Mons. Pei se convirtió en un símbolo de esa Iglesia que resiste bajo tierra, sostenida por la fe de los pequeños y la paciencia de sus pastores

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El pasado 6 de septiembre, a los 91 años, falleció moseñor Placidus Pei Ronggui, obispo coadjutor emérito de la diócesis de Luoyang, en la provincia china de Henan. Su vida resume la historia de la llamada Iglesia clandestina en China: una comunidad de creyentes y pastores que, a pesar de las presiones del régimen comunista, han mantenido su plena comunión con la Santa Sede.

Ordenado sacerdote en tiempos de fuerte vigilancia estatal, Mons. Pei fue consagrado obispo en 2003 de manera secreta, como era costumbre entre los prelados que no contaban con la aprobación del gobierno. Su misión era asistir a Mons. Pierre Li Hongye, entonces obispo de Luoyang, quien también había sufrido la represión. Tras la muerte de Li en 2011, Pei optó por retirarse discretamente a su pueblo natal, evitando enfrentamientos abiertos pero manteniéndose como referencia espiritual de los católicos locales.

La diócesis de Luoyang y el vacío episcopal

Desde la retirada de Mons. Pei, la diócesis de Luoyang se encuentra sin obispo reconocido, un reflejo de la situación de muchas circunscripciones eclesiales en China. Allí, la vida de la Iglesia se desenvuelve en una dualidad dolorosa: por un lado, la Asociación Patriótica Católica China, controlada por el Estado; por otro, las comunidades clandestinas, fieles al Papa, que suelen sufrir limitaciones, vigilancia e incluso encarcelamiento de sus líderes.

La figura de Pei ilustraba hasta hace unos días esa tensión permanente: un pastor que, sin estridencias ni protagonismo político, eligió permanecer unido a Roma, aunque ello significara el silencio y la marginación.

Una larga historia de resistencia

El suyo no es un caso aislado. En el último siglo, numerosos obispos chinos han pasado por la cárcel o el destierro por negarse a romper la comunión con la Santa Sede. Basta recordar a figuras como el cardenal Ignatius Gong Pin-Mei, condenado a cadena perpetua en 1955, o a Mons. Zeng Jingmu, que pasó más de dos décadas en prisiones y campos de trabajo.

Incluso en años recientes se han visto ejemplos llamativos. En 2024, Mons. Melchiorre Shi Honghzen, de 94 años, recibió finalmente el reconocimiento del gobierno como obispo de Tianjin, después de décadas de ministerio en la sombra. Estos gestos, aunque significativos, siguen siendo excepcionales en el marco del acuerdo provisional firmado en 2018 entre el Vaticano y Pekín sobre el nombramiento de obispos, un pacto que continúa generando tensiones y no siempre ha garantizado un equilibrio real.

Legado de fidelidad silenciosa

La muerte de Mons. Placidus Pei no solo marca el final de una vida entregada al Evangelio en circunstancias adversas; también plantea interrogantes sobre el futuro de la Iglesia en China. ¿Se abrirá la puerta a un reconocimiento más amplio de los obispos clandestinos? ¿O se mantendrá la estrategia de control estricto que ha caracterizado al régimen?

Mientras tanto, su testimonio permanece como signo de coherencia y fidelidad. En un tiempo donde la discreción parecía la única forma de resistencia, Mons. Pei se convirtió en un símbolo de esa Iglesia que resiste bajo tierra, sostenida por la fe de los pequeños y la paciencia de sus pastores.

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