Asombro, Verdad, dignidad

Uno puede ser buena persona sin leer. San Agustín, santo Tomás de Aquino y s. John Henry Newman pensaban que no había relación, o al menos correlación, entre las virtudes intelectuales y la morales, que dependerían más de las pasiones y la voluntad. Uno puede tener como aficiones el dinero, la belleza o el número de seguidores en redes sociales, pero nunca tendrá una buena vida, en sentido aristotélico, si no le interesa conocer la Verdad.

Lo más opuesto a la Verdad es la indiferencia. Donde no hay búsqueda de la Verdad, donde no hay asombro, el ser humano queda al albur de las ideologías, el sentimentalismo o, simplemente, a la intemperie. Tomar conciencia del sistema de ideas que constituyen el suelo donde se apoya la existencia de cada persona, conocer lo que los clásicos habían pensado sobre todas las cuestiones relevantes del ser humano, previene de casi todos los riesgos contemporáneos.

Tener un vocabulario decente, más allá de «literal», «real», «funar» o «random», contribuye a entender el mundo interior. Lo que no se sabe nombrar desasosiega hasta llevar nuestros añicos a la consulta del terapeuta. Hay un deber moral de honrar la dignidad humana. De hacer algo, más allá de broncearse y comprar trapos, con el don de la vida.

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