Otro 8 de marzo y una vez más las mareas moradas han salido a las calles de España. Aunque cada vez con menos asistencia, las promotoras de dicho movimiento vuelven a distribuir entre la masa aborregada una serie de consignas para que las repitan como loros. Así, desde hace varios días no paramos de escuchar eslóganes vacíos como «queda mucho por hacer» o «igualdad real ya».

Otro 8M más, sigue sin saberse demasiado bien qué reivindican quienes salen a la calle a gritar borrachas de odio y cólera. Realmente, si tienen algo que celebrar, es el hecho de que España es uno de los mejores países para nacer mujer. Las mujeres españolas no nacen víctimas, pues son totalmente libres —como no podía ser de otra forma— para estudiar, trabajar o realizar la función que les sea de su agrado.

Pero más allá de reseñar lo que es obvio, cabe destacar que probablemente nos encontramos ante uno de movimientos más perniciosos que ha padecido la sociedad española en los últimos años, pues además de sustentarse en premisas falsas, ha intentado generar una tóxica guerra de sexos que ha resultado corrosiva en muchas capas sociales. El feminismo de nuevo cuño es puro marxismo cultural. Desde hace ya varios años, en todos los manifiestos emitidos con motivo del Día de la Mujer, se ha aprovechado para hacer alegatos contra el libre mercado, el modelo capitalista, la familia e incluso para solicitar la apertura total de fronteras. Es una de las muchas nuevas banderas que los marxistas tienen que enarbolar ante la constatación del fracaso de su modelo económico. Con el anzuelo de una causa aparentemente justa, intentan atraer a personas que probablemente no se involucrarían en una causa que estuviese envuelta en la bandera roja de la hoz y el martillo.

Por tanto, dicho movimiento se sustenta en un rosario de falsedades destinado a crear un bloque uniforme y granítico que sea fácil de manejar. Al contrario de lo que sostienen las organizaciones convocantes, en los países occidentales, y concretamente en España, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres es firme desde hace lustros. En nuestro país dicho principio está consolidado desde 1978, pues así lo recoge nuestra Carta Magna en su artículo 14. De hecho, todavía no he conseguido encontrar a una feminista que me diga un solo derecho que tenga un hombre y no una mujer por el hecho de su sexo.

Desde la cacareada brecha salarial hasta la supuesta existencia de un sistema opresor, los promotores de dicho movimiento han construido un relato victimista según el cual en España las mujeres viven prácticamente como en Somalia. Dicha propaganda tiene como objetivo, además de inocular el virus del marxismo como he mencionado antes, la invención de una causa que justifique la existencia del ministerio de Igualdad, que no es otra cosa que una tubería extractora de recursos públicos. Es decir, un negocio.

No deja de ser paradójico que la solución que ofrece a la supuesta opresión sea altamente humillante para las mujeres. Si uno analiza las propuestas, comprobará que quieren convertir a España en un país en el que los hombres alcanzaran puestos de responsabilidad por méritos y capacidades, mientras que las mujeres únicamente tendrán que demostrar si tienen o no genitales femeninos. Este pensamiento convierte inexorablemente a las mujeres en el sexo débil, necesitado de protección y debiendo ser tutelado por el Estado. Honestamente, no creo que ninguna mujer con un mínimo de amor propio pueda aceptar tal política, más allá de los parásitos de lo público.

Dicho movimiento es, por otra parte, manipulador. Con la connivencia de los principales medios de comunicación, han expuesto machaconamente una serie de estadísticas que vienen a reflejar que la igualdad entre sexos en España no es real. La más famosa de ella, la tan cacareada brecha salarial. Parece mentira que a estas alturas haya que decir algo tan obvio: los hombres no pueden cobrar más que las mujeres por realizar exactamente el mismo trabajo. Básicamente porque es ilegal. Y en caso de ocurrir, la mujer afectada puede acudir a los tribunales con la plena seguridad de que saldrá triunfadora.

Sin embargo, jamás he visto en medios de comunicación exponer las estadísticas que rompen el relato pueril promovido por Montero y su séquito. Por ejemplo, nunca mencionan que la inmensa mayoría de las personas que mueren en accidentes laborales son hombres. De las 705 muertes en accidentes de trabajo que se produjeron en 2021, 648 fueron hombres, mientras que el número de mujeres perecidas en siniestros laborales fue de 57. Son los gélidos datos de siniestralidad laboral del Ministerio de Trabajo y Economía Social. Tampoco los datos de suicidios casan demasiado bien con el discurso de Irene Montero: en 2021, de un total de 4.003 personas que murieron por suicidio, 2.982 fueron hombres, mientras que el número de mujeres fue de 1.021. ¿Qué debemos hacer los hombres ante estos datos desgarradores? ¿Salir a la calle al grito de «nos están matando»? ¿Promover una guerra de sexos? ¿Solicitar beneficios? Utilizar esos datos para sacar algún tipo de rédito sería ruin y mezquino.

Por si todo lo anterior no fuese suficiente, nos encontramos ante un movimiento profundamente hipócrita y amoral. Lo pudimos comprobar con el trágico asesinato de la niña Olivia a manos de su madre. Durante varios días, las que hoy encabezan manifestaciones enmudecieron ante tal atroz suceso, pasando la niña a ser un vago recuerdo en poco tiempo. Aquel episodio demostró el alma tan negra que tienen las principales cabecillas de la causa morada, siendo capaces de orillar un suceso de tales características sólo porque no les cuadraba en su relato de trinchera. También el asesinato de Olivia podía suponer que algunos miembros de la masa aborregada se planteasen ciertas cosas, poniendo en riesgo el negocio. Por ahí no se podía pasar, claro.

En los últimos meses, Irene Montero ha vuelto a poner al descubierto las vergüenzas del movimiento. Si en 2018 estuvieron a punto de linchar a uno de los jueces del famoso caso de la manada, ahora se ha impuesto un férreo silencio ante los 800 agresores sexuales que se han visto beneficiados con la aprobación de la ley del «sólo sí es sí», logrando la libertad muchos de ellos.

A estas alturas el movimiento feminista ha quedado totalmente desacreditado por méritos propios. Por eso resulta incomprensible que desde determinados sectores no precisamente afines a la izquierda se siga blanqueando a un movimiento tan nocivo y tóxico, contribuyendo con dicha ayuda a confundir a mujeres bienintencionadas que de verdad creen que se oprime a las mujeres.