Hace poco leí la parábola de las minas. Un noble se va a un país lejano para recibir un reino. Antes de marchar reúne a diez siervos, entrega a cada uno una mina (el salario de tres meses) y les dice: «Negociad mientras vuelvo». Cuando regresa comprueba los resultados. Uno dice: «Señor, tu mina ha producido diez». El noble le recompensa otorgándole el gobierno de diez ciudades. Otro ha conseguido cinco minas. El noble le ofrece el gobierno de cinco ciudades. Por último, hay uno que le devuelve la mina intacta. El noble se enfada, le quita la mina y se la da al que tiene diez.

Alguien me dijo que esta parábola enseña que el cielo no es igual para todos. O sea, todos los que lleguen serán plenamente felices porque su capacidad de amar desbordará. Pero la capacidad de amar de alguien puede ser como un vaso de chupito, como una piscina o como el Mediterráneo. En resumen, todos serán plenamente felices pero hay diferentes plenitudes.

A todos nos han dado una mina: la gracia de Dios. Cómo negociar con ella es cosa de cada uno. Pensaba en cómo negocio yo siendo profesor. Imaginemos que me muero al final del curso. El último día de clase por la tarde me encuentro con Dios y me dice: «¿Qué has hecho con todo lo que he puesto en tus manos?». Yo me bloqueo y digo que soy un joven mileurista, que vivo con mis padres y no tengo responsabilidades familiares. Entonces Él me recuerda que este curso 195 adolescentes me han escuchado tres horas a la semana durante nueve meses. Yo le explico que están atiborrados de todas las patologías de nuestra generación: relativismo posmoderno, individualismo extremo, superficialidad y dispersión…. Vamos, los mecanismos de Satanás para hacer que una persona no tenga fe. Entonces Él me mira y no dice nada. Y yo entiendo que me está diciendo por dentro: «Claro, campeón, pero para combatir eso estabas tú».

Tiene su emoción, porque no vale solo con enseñar teoría. Enseguida un chico levanta la mano y hace la pregunta más directa: «¿Y tú?». Llevo una semana dando clase. He explicado la diferencia entre los filósofos y los necios y me han preguntado en qué categoría estoy yo. También me han preguntado si creo en Dios y por qué. Y si no te preguntan te miran. Guay lo que me estás contando, pero… ¿te lo crees de verdad? ¿lo vives? Es como ser famoso. Cada gesto o frase puede ser captada por una cámara. Pero las cámaras dan igual. Lo que importa es que en cualquier momento el dueño de la mina te puede pedir cuentas.