Me encuentro en una floristería de Bilbao. Pregunto precios y dos señoras me explican cómo va la cosa. También hay un señor al otro lado del mostrador, pero casi forma parte de la decoración de la tienda. Creo que no compraba flores desde Primaria, cuando llevábamos ramos a la Virgen. Digo que el ramo es para una chica pero que yo no entiendo mucho de eso. Las dos señoras me dan una clase rápida y me preparan un ramo de cuatro rosas. «Si les cortas dos dedos al día y las dejas con un dedo de agua te pueden durar hasta veinticinco días». Preguntan cuántos años cumple ella y les digo que no es su cumple, pero se ha puesto mala y me parecía buena idea mandarle un detalle.
Un autor al que sigo defiende que todo el mundo tiene una historia emocionante que contar. Cada persona tiene un punto de vista único sobre el mundo. Sólo hace falta mirar con interés y escuchar con atención. Una de ellas explica que se ha casado con «el más señorito de todo Bilbao». Añade algo: «Desde que le digo que hasta que no recoja la mesa y no barra su parte no se puede ir, me trata mejor. Todo gracias a los consejos de esta». La otra señora dice que no la mencione a ella, porque su marido la va a odiar. El señor abre la boca por primera vez y me dice que a las mujeres les gustan las rosas y los diamantes. Le digo que de momento sólo me puedo permitir las rosas. Le pido ayuda a la señora para introducir unas chocolatinas en el ramo. Lo hace con entusiasmo.
Paseo por la calle con el ramo. He quedado con un mensajero para entregárselo y que lo lleve a su destino. Tengo la sensación de que todo el mundo me mira. ¿Irá ese chico a llevar un ramo de flores a una chica? No seas soberbio, nadie te está mirando.
Llego al punto de encuentro y, mientras espero al mensajero, se me acercan dos mujeres de la edad de mi madre. Una de ellas (la morena) me pregunta con acento muy vasco: «Perdona, ¿te puedo hacer una pregunta?». Me explica que su amiga (la rubia) está pensando dejar al novio. Me han visto y necesitan saber si esas flores son para una chica. Justo llega el mensajero y, mientras le entrego el ramo, explico que las flores sí son para una chica. Pero, como está enferma, se las lleva su hermano. Le pido al hermano que no gire el ramo para que no se caigan las chocolatinas. Por último, le regalo un paquete de oreo a mi joven ayudante para agradecerle la gestión y él se encamina hacia el metro con el ramo. La señora morena con acento muy vasco me dice que ya han solucionado sus dudas y que está bien saber que todavía quedan caballeros. Yo le digo que a ver si su amiga deja ya al novio. La amiga rubia sonríe, pero no dice nada. La castaña me da la razón y me dice que sí, que lo tiene que dejar cuanto antes. Yo sonrío y les digo: «Si no te regala flores, no es él». Y me voy contento.