Los Reyes Magos están ya muy cerca. Por toda España se prodigan los recibimientos y las cabalgatas. Algunos se preguntan cómo es posible que Sus Majestades vayan a tantos sitios a la vez y en tan poco tiempo. Como decía un capellán amigo mío, abreviando una respuesta mucho más profunda, «es que son magos». Parafraseando a Calamandrei, para que la magia funcione hay que creer en ella. Quizás eso es lo que nos pasa: a fuerza de no creer en nada, hoy ya se cree cualquier cosa; por ejemplo, a esa gente que les dice a los niños que los Reyes Magos no existen. Les quisieron quitar la ilusión y terminaron arrebatándoles la magia.
Porque en realidad, esos magos —como ya se contó aquí— eran sabios (eso significa «mago» en el contexto) y antes, como ahora, los que buscan la sabiduría, los que se ponen en camino en pos de la Verdad, están buscando al Señor aunque quizás no lo sepan. Si se sumergen en los secretos de la naturaleza, ahí está Dios. Ya lo dijo Péguy en el «Pórtico del misterio de la segunda virtud» cuando el Altísimo decía «resplandezco tanto en mi creación» y añadía «en el hombre y en la mujer su compañera./ Y sobre todo en los niños. /Criaturas mías. / En la mirada y en la voz de los niños./ Porque los niños son aún más criaturas mías/ que los hombres. /Todavía no han sido deshechos por la vida». El Señor, que resplandece en toda la creación que observaban los sabios, resplandecía aún más en ese Niño. No debe sorprender, pues, que partieran en su busca.
También los sabios que se adentran en el alma humana buscan a Dios aunque tal vez crean otra cosa. San Agustín lo advirtió con una frase que ha hecho fortuna: «interior intimo meo et superior summo meo» , «tú estabas más dentro de mí que lo más íntimo mío y más alto que lo más alto de mi ser» (Confesiones, III, 6, 11). En esos reyes que esta noche van a pasar silenciosos por las casas, palpita un símbolo profundo y riquísimo de la mejor tradición humanista: la búsqueda del conocimiento verdadero del Bien, la Verdad y la Belleza a la que todo ser humano está llamado.
En realidad, en esa caravana con caballos, camellos y pajes, hay una metáfora de la vida humana más allá, incluso, de la vocación del estudio. Hay una sabiduría distinta. Aquellos magos sabían, haciendo buenas las palabras de Scholem, que «hay un misterio en el mundo». Sí, la gloria de Dios llena toda la tierra. Sin duda, podemos admirarlo en su Creación. Por supuesto, qué duda cabe, podemos recrearnos en la contemplación de las maravillas fruto de su inteligencia.
Pero en esta noche, esos sabios llegados de los distintos lugares del mundo conocido, que han atravesado desiertos y ríos y mares, van a conocer a Dios, que ha decidido revelarse a sí mismo en Cristo. A esos magos, esta noche, les es dado contemplar por vez primera al Salvador del mundo y, en ellos, están representados todos los pueblos de la tierra. Si por boca del profeta Isaías se dijo que «mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos» no podían faltar la adoración de estos pueblos en este portal de Belén donde brilla una luz que no es de este mundo al igual que no lo era la amistad que Frossard conoció en París: «Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra».
Esta es, pues, una noche muy importante y como tal debe ser tratada. Hay que irse a dormir pronto. Dejar los zapatos dispuestos. Arreglar el belén y escuchar a los padres y abuelos, que de estas cosas saben ya mucho. También ellos esperan esta noche ilusionados. Como Nicodemo, magistrado y sabio, también ellos van al encuentro del Señor por la noche: «Sabemos que has venido como maestro de parte de Dios, pues nadie puede hacer los milagros que haces si Dios no está con él». Ese es el mismo que pregunta perplejo a Jesús cómo puede uno nacer siendo ya viejo. Ese Niño que ha nacido tiene la respuesta. Él hace todas las cosas nuevas. Estos sabios lo saben y por eso —cuando el sol se ha puesto, los niños duermen y reina el silencio en la tierra— vienen esta noche a adorarlo.
Feliz Noche de Reyes.