Me gusta la tarde del primer día del año. Pasada la euforia de la Nochevieja y el entusiasmo de la mañana del Concierto de Año Nuevo, el sol empieza a ponerse. Aún recordamos el año viejo, pero el nuevo ha comenzado a dar ya sus primeros pasos. Todo se serena un poco y se hace silencio.
Ya se ven las primeras estrellas. Los Reyes Magos se han puesto ya en camino. El evangelista Mateo nos dice que vienen de Oriente. Abundan los comentarios a esta figura: miembros de la casta sacerdotal de los persas, maestros de los filósofos griegos, poseedores de poderes sobrenaturales… Benedicto XVI precisa que, en todo caso, son «sabios» y «hombres con inquietud interior, hombres de esperanza que buscaban expectantes la verdadera estrella de la salvación».
No debe sorprendernos, pues, que la guerra contra la Navidad tenga a los Reyes Magos en el punto de mira. Acabar con ellos implica abatir a la esperanza misma de la humanidad que esos sabios de Oriente encarnan. Por eso, cada año, asistimos a la obstinación en arrebatarles no sólo la ilusión de lo mágico, sino la confianza en que existe un camino que conduce al Salvador del mundo.
Benedicto XVI señala que la iglesia leyó la historia de los magos «sobre el trasfondo» del salmo 70 y del capítulo 60 del profeta Isaías. Así es como aquellos sabios devinieron reyes y como llegaron al belén los camellos y los dromedarios. En ninguna casa, pues, deben faltar el agua y los alimentos para los Reyes y sus cabalgaduras. Alguien que llega respaldado por la autoridad de un salmo y de un profeta no puede marcharse de un hogar sin beber un poquito de agua.
De los tres magos, mi favorito es —naturalmente— Baltasar, que ha dejado atrás los desiertos de África para postrarse ante este niño que ha venido al mundo para redimir a la humanidad entera. En el reino de Jesucristo, «no hay distinciones por la raza o el origen. La humanidad está unida en él y por él sin perder la riqueza de la diferenciación». Todos los pueblos buscan al Señor y si alguien tiene dudas del futuro de la Iglesia en África ahí está nada menos que el Cardenal Sarah para explicárselo. Los millones de cristianos que sufren persecución a manos de organizaciones yihadistas como Boko Haram testimonian una fe inquebrantable y admirable.
En Europa Central, la devoción por los Reyes Magos es muy antigua —no en vano sus restos se conservan en un bellísimo relicario de oro que atesora la catedral de Colonia— y esto hace que uno se los imagine no sólo sorteando mares de arena, sino también bosques cubiertos de nieve y ríos helados. En estos días, puede haber ventiscas y anochece muy pronto en el norte de Europa. Hay zonas donde reina la tiniebla la mayor parte del día. Menos mal que, desde el cuarto día de la creación, brillan las estrellas en el firmamento «para apartar el día de la noche» y —añade el Génesis— para servir «de señales para solemnidades, días y años y sirvan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra». Es un relato teológico, que dice una verdad muy profunda: la oscuridad nunca es absoluta ni tiene la última palabra.
Así que aquí me tienen, en la tarde del primer día del año, con mi telescopio —que un día feliz me trajeron los Reyes Magos— observando el cielo al atardecer para ver cuándo salen las primeras estrellas. Desconfíen de quienes sólo miran la tierra o, peor aún, el suelo. Enseñen a sus hijos a identificar las constelaciones y a encontrar la Estrella Polar. Llévenlos a ver la bóveda celeste a simple vista. Ojalá algún día ellos tengan la oportunidad, como los Reyes Magos, de dormir en tiendas o al raso. Que les sea concedido el espectáculo majestuoso de la bóveda celeste y las Perseidas. Los Reyes Magos ya se acercan. Está próxima su noche.
Nunca dejen de mirar el firmamento. Alimenten la esperanza y el misterio.
Feliz 2025.