Iglesia somos todos, pero no todos los católicos tenemos el poder de representar a la Iglesia. Para hablar en nombre de la Iglesia, «en una nación o territorio determinado, se mira a esas instituciones de carácter permanente», (Canon 447) que se llaman conferencias episcopales formadas por obispos diocesanos, y otros, a los que el Papa ha confiado la potestad ordinaria en su diócesis (Canon 381). Cada conferencia episcopal se rige por su estatuto propio. El de la española dice en su artículo 1 que la función de la misma es «promover la vida de la Iglesia, fortalecer su misión evangelizadora y responder de forma más eficaz al mayor bien que la Iglesia debe procurar a los hombres». Entonces cabe preguntarse si la Conferencia Episcopal Española está siendo eficaz.
Hace unas semanas, el canónigo magistral de la catedral de Toledo era detenido por posesión de sustancias estupefacientes y objetos no menos estupefacientes. Se da la circunstancia de que este clérigo fue uno de los que mas empeño puso en silenciar la voz de los curas de la Sacristía de la Vendée, algunos pertenecientes, como él a la diócesis de Toledo. No hay vida de la Iglesia que promover si no hay buenos curas que vivan enamoradamente su vocación y eso es lo que hacían los vandeanos en su canal: «Hablar con libertad y en tono distendido, de cuestiones eclesiales, literatura, filosofía, teología, Sagrada Escritura o liturgia». Así lo describe Carlos Balén en Infovaticana. Ni mil canónigos del tipo del detenido serían capaces de fortalecer la misión evangelizadora de la Iglesia y difundir el amor a la fe católica como lo han hecho los vandeanos Calvo-Zarraute, Páter Góngora, Francisco José Delgado o Rodrigo Menéndez-Piñar. Tengo el privilegio de conocerlos a todos ellos y sé lo difícil que les han puesto las cosas. Sólo el éxito de público y cariño popular ganado por estos curas valientes ha podido ser la causa que excite los celos de clérigos de vuelo bajo y alas cortas.
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La profanación del Valle de los Caídos
La diócesis de Toledo tiene como obispo auxiliar a Francisco César García Magán, que es también portavoz de la CEE. Los lectores le recordarán por aquella rueda de prensa en la que aseguraba que todos los obispos apoyan la actuación de la Iglesia con el Valle de los Caídos. Todos no, el arzobispo de Oviedo, monseñor Jesús Sanz Montes, hacía constar su oposición a desnaturalizar el sentido del Valle en un artículo valiente, Un Valle sin vallas, publicado en ABC el 8 de abril del 2025. En cualquier caso, las «actuaciones», a las que se refería Magán consistían en las negociaciones en las que participó José Cobo Cano como delegado de una comisión eclesial, según figuraba en el comunicado del arzobispado. Como tal se había sentado en la mesa de negociación que habría de evaluar el proyecto de «resignificación» —profanación— planteado para el Valle. No tardarían mucho los obispos en sentirse engañados, y así la archidiócesis de Madrid emitiría un comunicado 48 horas después de que el Ministerio de Vivienda lanzara la convocatoria para elegir los proyectos arquitectónicos para reformar el Valle de los Caídos. En ese comunicado se lamentan de que «el Gobierno toma la iniciativa lanzando un concurso de ideas sin contar con la Iglesia acerca de los pormenores o cuestiones que deberían ser concretadas con anterioridad, por si no se respetan los espacios y la sensibilidad religiosa». Da la sensación de que alguien ha engañado a Cobo y se ha adelantado a los mitrados lanzando a la prensa a bombo y platillo los detalles de un proyecto que, parece, no había sido acordado con el nivel de precisión, y maldad de la que hacía gala el ministerio, sino que, como protesta la nota arzobispal, «los términos del acuerdo realizado entre el Gobierno y la Santa Sede son generales». Es decir, los obispos pensaban que un gobierno que es desleal hasta con sus propios socios se iba a comportar lealmente con ellos.
De Jumilla a Ferraz: rebaño sin pastores
A Magán le debe de preocpar más que los católicos voten al «sedicente católico», como calificó a Abascal, a juzgar por sus declaraciones públicas. Todo venía porque el episcopado español se había opuesto al veto del Ayuntamiento de Jumilla (Murcia) a los rezos de musulmanes en dependencias y vía públicas. La cuestión dirimida en Jumilla era el rezo en lugares públicos, tan públicos como la esquina de las calles Ferraz con Marqués de Urquijo en Madrid. Cobo, arzobispo de Madrid, calificaba de odiadores a los que rezaban el Rosario en Ferraz añadiendo que la fe está por encima de las ideologías. Podía haberse pasado el propio Cobo a rezar un misterio en las gradas de acceso al Santuario del Inmaculado Corazón de María a comprobar cómo de poco fundamentadas eran sus palabras. De no haber podido acudir personalmente, podía haber enviado a alguien de su confianza como parece ser que era el cura Josete, según decía la prensa. Si bien todo indica que el controvertido clérigo tenía aficiones y compañías distintas a las que cabría esperar de su ministerio y del rezo del Rosario en Ferraz.
Ver a un obispo rezar espontáneamente con los fieles en Ferraz hubiera sido un gesto de una potencia increíble. Un espaldarazo para unos momentos críticos. No es tan raro, en otros países sucede. Ahí están los ejemplos estadounidenses de Samuel Aquila (Denver), Carl Kemme (Kansas), Kurtz (Indiana) o aquella foto icónica del arzobispo de Canberra y Goulburn, Australia, Christopher Prowse uniéndose a la campaña 40 días por la Vida. Estamos lejos de ver esas demostraciones parecidas de mitrados españoles rezando con los fieles delante de los abortorios. Lejos quedan ya aquellas manifestaciones encabezadas por numerosos obispos españoles en 2005 cuando Rouco era el presidente de la Conferencia Episcopal. Y si no van a rezar, al menos podrían manifestar algún tipo de reacción con la contundencia de otras ocasiones ante la propuesta del gobierno de reformar la Constitución para blindar el aborto Cualquiera podría dudar de que el silencio o los posts sueltos de Argüello son una «respuesta eficaz a uno de los mayores bienes que la Iglesia debe procurar al hombre», que es defender la vida.
Cuando un pastor se pone al frente de su rebaño, los fieles se recargan, se reafirman, notan, en el fondo, el abrazo de Dios que los anima a seguir firmes en la fe. Así nos sentíamos los asistentes a las misas de Campaña del Valle de los Caídos de finales de 2010. En aquel momento el gobierno Zapatero cerró la Basílica con la excusa de unas reparaciones en la Piedad y el padre Cantera sacó el altar a calle, primero a la reja de entrada y luego a la explanada. Y detrás fuimos los fieles. Imágenes hermosas una comunidad unida detrás de su pastor. Qué bien resumía el Padre Cantera en aquella homilía del 14 de noviembre de 2010: «Por la cruz de la tribulación y la persecución, se alcanza la gloria de la resurrección. Si por ahí pasó Cristo, indefectiblemente tendremos que pasar todos a los que nos conceda la gracia de perseverar con El hasta la muerte. En este Valle, la cruz monumental nos lo recuerda permanentemente». No hey un mejor estandarte que ese monumento. No hay más bajeza que la de no defender la Cruz por temor a ser llamado «vocero del conflicto y la confrontación».
Relativismo y abandono al padre Custodio
Estos días ha tenido lugar el juicio al padre Custodio Ballester por delitos de odio. Su presunta falta ha sido afirmar en un medio de comunicación que «el yihadismo radical y el islamismo violento quieren destruir Europa y la civilización occidental». Una verdad como un templo. No se conocen muestras de solidaridad de la cúpula eclesial española hacia el padre Ballester. La fiscal de la Audiencia de Málaga ha pedido el cierre del medio, cuatro años de condena para su director, Armando Robles, tres años de prisión y 3.000 euros de multa para los dos sacerdotes encausados, el Padre Custodio y el Padre Calvo. Y los obispos, ¿Qué dicen de esto? Magán que la responsabilidad es de Omella arzobispo de Barcelona, la diócesis del encausado. Omella calla, pero asegura a Ballester que irá a visitarle si entra en la cárcel. Los inquilinos de Añastro podrían haber buscado inspiración en otro obispo, el cardenal Sarah, que reaccionaba con una contundencia similar a la de Ballester ante el ataque terrorista de la Basílica de Notre Dame en Niza. Según recoge Aciprensa, el veterano cardenal afirmaba que «el islamismo es un fanatismo monstruoso que debe combatirse con fuerza y determinación» y añadió que «no detendrá su guerra».
En definitiva, los obispos insisten en regularizar 500.000 inmigrantes. Para eso sí entran en política, afean a un Ayuntamiento que no deje invadir sus calles y sus dependencias, y abandonan a su suerte a pastores entregados a la misión de la Iglesia, como el Padre Custodio o el Padre Cantera, para adaptarse a una realidad resignificada y multiconfesional. Si como dijo el difunto Papa Francisco en su viaje a Indonesia en 2024, «todas las religiones son un camino para llegar a Dios», ¿cómo afear las costumbres de los seguidores de otras por más que nos parezcan extrañas y contrarias a nuestras tradiciones? ¿Por qué agarrarse a la Iglesia Católica como si fuera una roca si para llegar a Dios vale cualquier creencia?
Los actos descritos en este artículo, un brevísimo resumen, ¿promueven la vida de la Iglesia? ¿Fortalecen su misión evangelizadora? ¿Son una respuesta eficaz al mayor bien que la Iglesia debe procurar a los hombres?