Muchos piensan que la industria farmacéutica es una suerte para el ser humano y que su principal objetivo es mejorar y alargar la vida de las personas dedicando todos sus recursos a descubrir y producir nuevos medicamentos útiles. Sí, eso fue en sus orígenes, pero ahora se ha convertido en una máquina de márquetin para vender medicamentos de más que dudosa eficacia.

La historia de la mala praxis de la industria farmacéutica está plagada de escándalos y de muertos. Entre los logros de Pfizer, a pesar de ser el laboratorio líder a nivel mundial, tienen cabida múltiples controversias que han llevado a la compañía y sus subsidiarias a pagar cuantiosas sumas de dinero por diferentes condenas y se han visto obligados a retirar algunos de sus medicamentos del mercado.

Curiosamente, a pesar de los informes sobre los devastadores efectos adversos ocasionados por su experimento, no parece que el laboratorio vaya a tener consecuencias a corto plazo. No hay día que pase que no se añadan enfermedades causadas por la vacuna a la larga lista que pesa sobre sus espaldas. Enfermedades de las que muchos de nosotros nunca hemos oído hablar, como la glomerulonefritis, el eritema multiforme o el síndrome nefrótico.

De las muertes repentinas y del exceso de mortalidad ya hablaremos en otro momento porque la hipótesis de que la vacuna tenga algo que ver va dejando de ser una herejía.

Volvamos al tema que nos atañe y hagamos un resumen de lo que ha ocurrido hasta ahora. Unos señores poderosos que manejan el mundo a su antojo decidieron crear una pandemia mundial y lo único que podría salvarnos era una vacuna milagrosa que erradicaría el virus mortal que nos acechaba cada vez que salíamos de casa. Las empresas farmacéuticas recibieron miles de millones de casi todos los países y desarrollaron una pseudo vacuna en tiempo récord. Firmaron contratos con los gobiernos para distribuir sus inyecciones, se quedaron con todos los derechos y beneficios y se eximieron de dar indemnizaciones si algo se torcía. Y así es como Pfizer se embolsó 30 mil millones de euros en 2022, un 43% más que en 2021.

Son tantos los escándalos que rodean a Pfizer que, si los medios de comunicación publicaran en masa todos ellos, el señor Bourla no tendría lugar en el que esconderse. Sus mentiras han ido saliendo a la luz en los últimos meses y nos hemos topado con la peor versión de la farmacéutica al enterarnos de que se suministró la vacuna sin saber su eficacia y ni tan siquiera se testó contra el contagio y transmisión del virus. Sin embargo, los titulares afirmaban que protegía frente a la enfermedad grave, hospitalización y muerte además de evitar la propagación. La semana pasada se metió en la boca del lobo tras las declaraciones del director de desarrollo e investigación de la compañía sobre el experimento para mutar el virus y así generar nuevas vacunas. ¿Qué hacen los periódicos frente a este perverso asunto? Tacharlo de bulo. Este silencio mediático es una clara manifestación de la corrupción que salpica a todos los medios al servicio de las farmacéuticas y sus amos.

A pesar de todo, en medio del turbio asunto de Pfizer, las vacunas y el virus, ver que la mayoría de las personas que me rodean ya no volverán a pasar por el aro es una bocanada de aire fresco. Y como ellas, millones de personas más. Tanto es así que, debido al bajo porcentaje administrado de dosis de refuerzo, Pfizer ha anunciado una subida de precios de las vacunas en 2023. Ya se encargará Von der Leyen de ocultarnos los acuerdos millonarios con la farmacéutica que, como siempre, acabaremos pagando los mismos.