El pasado mes de diciembre se cumplió el primer aniversario de la victoria electoral de Javier Milei y su llegada a la Casa Rosada. Un año en el que el país sureño nos ha dejado un sinfín de datos positivos que han asombrado a todo el mundo.

Estoy seguro que entre los sorprendidos también se encuentran aquellos economistas académicos que desde España ponían el grito en el cielo y decían que Milei iba a fracasar. Claro está que les falta la vergüenza para reconocer para asumir la falsedad predicciones. 

Un año después, podemos afirmar sin ningún tipo de ambages que las políticas llevadas a cabo por la administración Milei han sido un éxito rotundo. Otro ejemplo más —y ya van unos cuantos a lo largo de la historia— de que las políticas de liberales funcionan.

La inflación mensual ha pasado en pocos meses del 25% hasta el 2,4% de noviembre de 2024, marcando la cota más baja desde 2020 y alejando a Argentina del riesgo de la hiperinflación que sufría hasta hace no mucho. Por su parte, la inflación interanual ha pasado de más del 200% al 117%. Un logro que se atribuye casi en su totalidad a los recortes de gasto y el haber recuperado la confianza de los mercados.

Así, la economía argentina creció un 3,9% en el tercer trimestre del 2024, aunque no ha podido evitar la recesión en el cómputo anual, pues los primeros meses fueron bastante complejos. Además, 2024 ha cerrado con superávit fiscal por primera vez en 14 años y la pobreza se ha desplomado desde 55% hasta el 38,9%.

El propio Financial Times ha publicado un artículo titulado ‘La economía argentina sale de la recesión en un hito para Javier Milei’, explicando cómo el país ha logrado recuperarse en medio de un plan de fuertes ajustes, incluso más rápido de lo que había previsto el propio Gobierno.

También la directora del Fondo Monetario Internacional se ha sumado a los panegíricos de la política económica del libertario y ha calificado el cambio de Argentina con Milei como «el más impresionante de la historia reciente».

Es evidente que Milei ha conseguido dar la vuelta a la situación de un país que se encontraba al borde del abismo. Y conviene señalar que no es fruto de ninguna varita mágica. Es, simple y llanamente, la consecuencia de las políticas del libre mercado.

Un trabajo hercúleo si se tiene en cuenta la precaria estructura que sostiene al dirigente libertario, siendo el presidente con menor número de legisladores propios: apenas 7 de 72 senadores y 38 sobre 257 diputados.

Pero Milei ha jugado con la baza de una honestidad poco vista en la clase política. Desde un primer momento expuso la crudeza de la situación y la necesidad de adoptar medidas complicadas. Personalmente no recuerdo a ningún dirigentes político presentarse a unas elecciones con la promesa electoral de acometer reformas duras e impopulares. No fueron pocas las veces que el actual líder del ejecutivo advirtió antes de ser elegido que en caso de llegar a la Casa Rosada tomaría medidas. Y en esa misma dirección apuntó en su toma de posesión: «La situación de la Argentina es crítica. No hay lugar para gradualismos ni tibieza, no hay lugar para medias tintas».

Y sigue en la misma tónica. Hace apenas dos meses, dijo en una intervención: «De cara a un año electoral vamos a una política de déficit y emisión cero. No vamos a utilizar política monetaria para tratar de influenciar el resultado electoral».

En definitiva, es consecuencia lógica de poner en práctica las ideas de la libertad de forma coherente, sin mirar de reojo los sondeos demoscópicos y con una visión a largo plazo.

El caso argentino nos ha vuelto a enseñar, con todos sus defectos, que el modelo de libre mercado ha demostrado ser infinitamente más próspero que el modelo intervencionista. Por ello, resulta verdaderamente chocante que a estas alturas de la película todavía haya individuos sorprendidos con el caso argentino.

El Estado, definido por Nietzsche como el más frío de todos los monstruos, es una máquina generadora de pobreza. Algunos piden a gritos que sea el poder estatal quien solucione todos y cada uno de los problemas diarios y lo cierto es que la intervención estatal termina por empeorar aquellos problemas que pretende solucionar.

Pero además se ha convertido en un sistema perverso. Aquel que premia a la gente improductiva, poco determinada o simplemente vaga sobre la base de una protección indiscriminada y perpetua que arrastra a la gente sana y con potencial de creación de riqueza.

Existe una evidente correlación entre libertad económica, crecimiento económico, prosperidad y bienestar social. Se podrían adjuntar innumerables gráficos que demuestran que el liberalismo es infinitamente más fructífero que el intervencionismo, pero no es necesario. Basta observar a nuestro alrededor para ver que la mayoría de la progresía, en caso de emigrar, acude a países donde existen modelos de libertad y no a los referentes de las políticas socialistas.

El famoso «crecimiento económico» no es una expresión hueca, aunque a veces pueda parecerlo. Es sinónimo de riqueza. De puestos de trabajos. De personas que pueden ver desarrollado su proyecto de vida, sin necesidad de depender económicamente del Estado.

En este punto, me gustaría hacer especial mención a aquellos que, a izquierda y derecha, pusieron el grito el cielo cuando Milei despreció públicamente el término «justicia social».

No está de más recordar que en aras de la justicia social se han cometido verdaderas aberraciones y se han provocado millones de muertos, pero sí me gustaría incidir en que lo verdaderamente justo a nivel social es crear las condiciones idóneas para que los individuos puedan prosperar, sin un Estado que les ponga palos en las ruedas a través de impuestos, y que así puedan salir de la pobreza.

Es saliendo de la miseria como se puede prosperar, adquirir una vivienda y formar una familia. Es decir, poder desarrollar un proyecto de vida de manera autónoma y sin ninguna batuta estatal.

Dicho esto, y viendo el resultado exitoso de las políticas de Milei, me surge una duda: ¿seguirán los detractores del mandatario argentino demonizando su figura por su desprecio al intervencionismo y sus críticas a la «justicia social»?

Y tras esta cuestión, me surgen otras varias: ¿Prefieren a un presidente libertario que con sus políticas genere prosperidad, aunque desprecie el término justicia social? ¿O por el contrario prefieren a un político intervencionista que con sus políticas genere pobreza, aunque en teoría esté preocupado por la «justicia social»?

Todos ellos están, supuestamente, en un sinvivir por las tasas pobreza y por quienes peor lo están pasando. La lógica invitaría a pensar que celebrarían el hecho de que cada vez más argentinos salgan de situación de pobreza. Pero los prejuicios ideológicos son fuertes. Y la arrogancia poderosa.

Por desgracia, la mayoría de la sociedad española sigue prisionera de esa visión paternalista instaurada en el franquismo y que ha marcado la agenda de todos los gobiernos democráticos, a excepción de la etapa liderada por José María Aznar. Los gobiernos del ex presidente popular fueron un oasis de libertad en el actual periodo democrático. Unos años en los que se vivió el «segundo milagro económico español» y nuestro país era puesto de ejemplo por todos los organismos internacionales.

Veinte años después del caso español, Milei nos ha vuelto a enseñar que la política socialista ni es la única posible ni es, desde luego, la solución, sino el problema. Por eso la alternativa en España debe necesariamente defender las políticas de libertad. Ojalá el 2025 nos traiga un gobierno dispuesto a meter la motosierra y España vuelva a asombrar al mundo. Potencial tenemos.