Mayo, mes de María

Uno de los mayores males que el cristianismo está perdiendo en este mundo occidental europeo y tecnificado nuestro, es la mirada trascendente y providente. Hemos dejado de mirar al mundo sobrenaturalmente, intuyendo que tras lo que vemos hay una presencia sagrada que hace que todo lo que nos rodea, sea más denso, más real, más sagrado de lo que nuestros ojos intuyen.

Me resuena esa idea con la reinauguración de La Iberia en este mes de mayo, y la inmensa gracia que supone que un proyecto como éste —que quiere ser la casa de todos, que quiere tener como única agenda de la Verdad, que se anima a levantar la espada para defender que el pasto es verde— busque reimpulsarse en el mes que los cristianos dedicamos con especial afecto a la memoria de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra.

San Juan Pablo II decía que mirar a la Virgen María es un signo seguro de caminar bien tras los pasos de Jesús, y Benedicto XVI no dejaba de recordar que la Madre de Jesús, es un modelo certero de seguimiento de Cristo. Así que volver los ojos a María, mirar a María hoy, es ver un modelo de creyente, es ver un camino seguro de cómo vivir la fe. Así ha sido en toda la tradición cristiana. Y así a de seguir siendo. Para quien entiende que nos toca hacer algo para que este mundo deje de caminar por los senderos tenebrosos por los que parece nos empujan, que tocaría regresar a vías más humanas, más cercanas, más reales, más sensatas, más naturales, mirar la luminosa presencia de la Virgen María, es una mirada cierta y veraz de por dónde andar. Por eso es una inmensa gracia que este Mayo, mes de María, sea el momento de reimpulsar La Iberia. La figura de María, la Virgen, la Madre de Jesús, la Madre de Dios, es una figura imprescindible para nuestra fe como católicos.

Dimensión histórica

De un lado en su dimensión histórica: la de la mujer sencilla, de fe, de amor, la madre de Jesús, que vivió en la Palestina del siglo I, que acompañó a Jesús hasta su muerte, que aparece aquí y allá en los evangelios, que acompañó a los Apóstoles en el primer momento tras la muerte de Jesús… y de la que poco más podemos decir. María sería seguramente, en su dimensión más humana, como las mujeres de ese tiempo y de ese mundo, si bien, seguro, de manera excelsa: mujeres constantes, fuertes, férreas, profundas, sacrificadas, amantes, sensibles, espirituales, generosas, con todo lo mejor de una mujer, con todo lo mejor de una madre. Es claro que debió de vivir intensamente su relación con su Hijo, en lo bueno y en lo malo, en el proceso de creer en Él, de verlo vivir, de escucharlo, y en el proceso de verlo sufrir, de verlo morir con el inmenso dolor que a una madre éso debió de significar. Y en su propia experiencia profunda de fe, de confiar en Dios, de entrega de su vida, del gozo de comprenderlo, del dolor de no saber y aún así confiar en el momento de su muerte, de la alegría de conocerlo resucitado. Pero ya digo que poco más podemos decir. El resto de supuestos datos que a lo largo de la historia del cristianismo se han creído poder dar de ella son elementos teológicos… Y esa es otra categoría, quizás la principal, con la que abordar la figura de María.

Dimensión teológica

Desde la lectura teológica de la figura de María, lo primero que hemos de señalar es que, evidentemente, no sostenemos los cristianos la divinidad de María. Ella no es Dios. Es la madre del que confesamos como Dios hecho hombre, Jesús de Nazaret, pero ella no era una persona divina… o no más que cualquier otro ser humano. Pero es cierto que para el común de los creyentes ha representado a lo largo de la historia del cristianismo la imagen de lo sagrado femenino, la parte femenina intuida en lo religioso y que parecía —por las categorías históricas y culturales— no casar demasiado bien con la figura de un Dios Padre. Desde esa clave, los elementos teológicos con los que leer la figura de María nos remiten a Dios mismo y a la relación con Él de los seres humanos. Así leemos teológicamente la clave de su aceptación de la voluntad de Dios con su fiat, la separación del pecado, la clave de la virginidad, de la maternidad de Dios, la clave del destino celeste de su persona entera, su condición de madre de los creyentes, su papel de intercesora ante Dios… Nos remiten, repetimos además de a ella misma, a valores teológicos importantes para la vida del cristiano en su relación con Dios, de cómo vivir a imagen de María, la fe los creyentes. En la Virgen María están así los modelos de conducta de los cristianos, su imagen perfecta, quién deberíamos ser, quién estamos llamados a ser.

Divinidad femenina

Como tercer elemento relacionado con los otros dos —tanto con lo histórico como lo teológico— y sobre todo con la experiencia de lo femenino de la divinidad, está la clave profunda de lo emocional, emotivo y espiritual que despierta la figura de la Virgen María. Mirar a María desde la espiritualidad de los cristianos. Es desde ahí la imagen de la Virgen María como Madre de Jesús, Madre de los que creen en Jesús. La Virgen Madre y amiga. No, desde luego esa virgen ñoña, sensiblona, espiritualizada, desencarnada, más angélica que humana. Para nada. Es la idea de la persona de María, Virgen y Madre de Dios y de los hombres, como imagen de lo femenino y maternal de Dios. María, como la madre que cuida de los seres humanos, que los comprende y los ama, la madre comprensiva, la que intercede, la que incluso ayuda —como de niños— haciendo la vista gorda cuando hay una travesura o restando importancia por amor, la madre de la alegría, del cuidado en la enfermedad, la madre que ama, que se da por entero, que se olvida de sí para ser toda de sus hijos, la madre vital, fuerte, sensible, dulce, pero con carácter, lúcida, que conoce el dolor, pero también la confianza y la esperanza, el amor que es más fuerte que el sufrimiento, la madre maestra, la que apunta y orienta a Jesús y a Dios, la madre que ayuda en las obligaciones de cada uno como puede, la que se preocupa tanto más cuanto lo necesitan sus hijos, al que se vuelca más en los que más la necesitan, la que siempre tiene una sonrisa y un beso y un abrazo, la madre que enseña a rezar, la madre que provee, la madre que cuida y ama… la madre de cada uno…

Por éso es fundamental la figura de la Virgen María en la fe del cristiano, en el católico, porque más allá de temas que comprendamos y compartamos o no, de categorías teológicas, de realidades históricas, María, como madre de Jesús, es la Madre del cielo de los seres humanos.

Que La Iberia, que se reimpulsa en este mes de Mayo, tenga a la Virgen María siempre como modelo de búsqueda de verdad, de seguimiento, de referente, de modelo, para hacer real su compromiso con la Verdad, y con colaborar a hacer de este mundo nuestro, de esta España nuestra, algo mucho mejor.

Vicente Niño
Fr. Vicente Niño Orti, OP. Córdoba 1978. Fraile Sacerdote Dominico. De formación jurista, descubrió su pasión en Dios, la filosofía, la teología y la política. Colabora con Ecclesia, Posmodernia, La Controversia y la Nueva Razón.