Quizás uno de los mayores retos que vivimos los hombres es responder a la pregunta de quiénes somos. Tarde o temprano, uno debe enfrentarse al interrogante y el cómo lo haga suele ser determinante. La actitud con la que soportamos los sinsabores dice mucho de nuestra forma de estar en el mundo. El primero de los aspectos que sitúan al hombre en su realidad son sus límites y que, por lo general, conoce de una forma amarga. A medida que va creciendo, se va topando con ellos y puede comenzar a nacer la impotencia. Los anhelos y los sueños de cada uno se rebelan en este momento como expectativas inalcanzables que lo asfixian. Querer y no poder, porque uno se sabe herido. La conciencia de saberse herido es fundamental porque es el elemento que lo llama a salir de sí mismo y a detenerse en la realidad que lo rodea.
Sin embargo, actualmente quieren imponer un modelo masculino del cual soy escéptico. Nos venden una figura masculina individualista, fría, calculadora, recelosa con el mundo y obsesionada consigo misma. Al igual que hicieron con las mujeres en el pasado, quieren repetirlo con los hombres ahora. Fijan sus metas en el trabajo y en el éxito laboral y social. Su compromiso es tan sólo con ellos mismos y únicamente ven competidores a su alrededor. Para ellos todo es una competición en la cual deben ganar siempre porque su éxito depende de la victoria y su lucha es contra el mundo. Procuran esconder sus límites, que todos tenemos, creyendo que así será más sencillo vencerlos. Se afanan por vencer esos límites, venden su alma si es necesario, pero cuando se topan con la realidad de la perfección quimérica, se entregan a sus pasiones para justificarse. Aparentar lo que quiero ser. Creo que toda idea que tenemos de nosotros mismos, que no cuente con nuestras limitaciones, es caer en la utopía. Es una tentación común que sufrimos todos y que, alentada por nuestra soberbia, nos eleva hacia al cielo para dejarnos caer desde lo más alto. Lo más terrible de nuestro ego es el abandono al que nos somete cuando nos desmoronamos. La soberbia no es más que un horizonte al que perseguimos obstinadamente, mientras empeñamos la vida.
La unidad de medida de un hombre es la generosidad y su razón de vivir es el servicio. Todo lo que se salga de ello lleva a la perdición. Mejor y más hombre se es cuanto más generoso es y mayor capacidad de sufrimiento tiene. Al igual que la mujer, la vocación del hombre es el servicio. Su misión es entregar su vida cada día. La crisis masculina que padecemos hoy día es causada por una falta de misiones en las que el hombre done su vida. Y así nos topamos con hombres errantes por la vida, desengañados, por no saber dónde dejar su tiempo o desorientados persiguiendo falsas ilusiones que lo conducen a un abismo. Para luchar contra el mundo, primero hay que prepararse interiormente: dominar las pasiones, fortalecer la voluntad y hallar un porqué. Se equivocan los que esgrimen que el hombre está llamado a vencer, eso es falso; el hombre está llamado a la lucha, la victoria le corresponde a Otro. Ya no hay princesas que salvar de grandes dragones, pero sí hay mujeres que necesitan ser escuchadas y consoladas; ya las brujas no secuestran niños, pero sigue siendo primordial alumbrar y educar a los hijos en la verdad, en la belleza y en la bondad; quizá todos los continentes estén descubiertos, pero todavía queda mucha gente que desconoce la Verdad; y tal vez hayan desaparecido los grandes señores en busca de lealtades, pero sí tenemos amigos que nos exigen un hombro fiel donde apoyarse y continuar. El sentido vital, la felicidad y la satisfacción las encontraremos en las causas nobles en las que sirvamos.