Sola, que no es sinónimo de derrotada, valiente, que no es lo mismo que temeraria, y gallarda sin perder la elegancia. Así defendió Ana Iris Simón en televisión la labor abnegada que prestan los voluntarios delante de los abortorios y la dignidad de la mujer. Asaetada con interrogantes que buscaban pillarla a traspié, Ana Iris sacaba a relucir las incongruencias de aquellos que censuran la presencia de personas frente a los abortorios. Sostenían que la figura de los voluntarios y su labor informativa, pacífica, coaccionaban a las mujeres que se estaban planteando abortar. Pacientemente recordó la manchega que la coacción lleva consigo la violencia. Veloz y torpemente, los demás tertulianos esgrimían que la mera acción de entregar un panfleto y un feto de plástico era ya en sí violento. Se ve que los estantes publicitarios de diversas compañías telefónicas, con los que nos topamos cada día por las calles de las ciudades españolas, también desempeñan una labor coercitiva.

Frente a la exageración, ¿fingida o real?, de aquellos que se escandalizan por encontrarse a estos voluntarios, Ana Iris aportó la lógica y el sentido común al páramo que es hoy día la televisión para defender la dignidad de la mujer. Bajo los argumentos que infantilizaban las decisiones de una mujer, ella alzó la bandera de la libertad que tienen las mujeres, oh paradoja, para cambiar de opinión. Y no solo la decisión de la mujer, sino el acto intrínseco. Si, como dice la periodista manchega, abortar se trata de que le extirpen a una mujer unas células, como quien va al dentista a que le saquen una muela: por qué tanto revuelo en que una mujer o dos jóvenes le entreguen un papel y un feto de plástico. ¿Qué hay de malo en que una mujer, tras recibir una información que el Estado se niega a trasladarle como bien recordó la periodista, decida finalmente no abortar? En el fondo, tanto aspaviento es indicio de que la labor es fructífera. Apreteu.

Desde hace tiempo, el Estado posa sobre nosotros una mano paternalista que, lejos de liberar, nos subyuga. Ya advirtió Julián Marías en los albores democráticos que España se hallaba próxima a un régimen totalitario que asfixiaría a sus ciudadanos. En todos los ámbitos de la vida, de una forma u otra, nos tropezamos con el Estado. En el caso de la mujer es más notorio. Una mujer que decida entregarse a una profesión donde la sustancia sea el servicio está mal visto. Se propaga que una mujer puede alcanzar cualquier cota que se proponga, menos si decide ser madre y compaginar su labor profesional con el cuidado de su familia. La conciliación no es progresista, señora, olvídese. Constantemente se somete a juicio público las decisiones, algunas, que toman ellas porque por todos es conocido y sufrido que la libertad actualmente sólo sopla en una dirección. ¿Cómo vas anhelar formar una familia numerosa? ¿Cómo es que no ambicionas escalar en el poder? ¿Casarse joven en vez de un viaje cutre a Tailandia? ¿El amor de un buen hombre a los chupetones de un perro? Anda ya, estás loca. No sabes lo que dices.

Se rasgan las vestiduras, ponen el grito en el cielo, aquellos que, paralelamente, van dando lecciones a diestro y siniestro sobre cómo ha de ser la mujer. Eres libre sólo si actúas como a mí me interesa, para resumir. La reflexión interior que toda mujer realiza a medida que va creciendo es, en la medida de lo posible, influenciada desde el exterior. No les dejan descubrir qué significa ser mujer. Se lo dan y, sutilmente, las obligan a que tomen esta pastilla prefabricada.

A aquellas mujeres dudosas se les impide escuchar el latido del feto que llevan dentro, se les oculta las heridas que les va a provocar el aborto, por lo que se desentienden de ellas. Criminalizan la acción de aquellos voluntarios que, impertérritos frente a los insultos y a las difamaciones, resultan ser los únicos que, ante el destrozo del aborto, no temen en acercarse de nuevo y ayudar. Es lógico que obvien dichas heridas porque, como mujer y madre que es, Ana Iris sabe que solamente el amor puede curar las heridas del alma. Un amor que, en este caso, no viste de bata blanca, sino que está sentado en un poyete.