A la luz del apagón y las reacciones que éste ha generado en el pueblo feliz he recordado los Diarios de Jünger. En concreto, los del periodo 1939-1943. A falta de la investigación final, la causa más probable de que España se haya quedado sin luz eléctrica medio día parece haber sido que las instalaciones de generación eólica y solar no están suficientemente desarrolladas como para garantizar la estabilidad del sistema ante pequeñas fluctuaciones.

Las nuevas energías han liquidado el proceso por el cual las redes eléctricas han asegurado durante más de cien años que en cada momento se produzca tanta electricidad como se consume. El suministro eléctrico de un país entero ha colapsado porque el sistema de generación basado en las energías renovables no es capaz de autorregularse cuando concurre la menor eventualidad. Ante este hecho, los seguidores o compañeros de viaje del actual presidente de Gobierno nos aportan un argumento que pretenden sea incontrovertible: ¿qué culpa tiene el presidente en el apagón?

Que la forma de proveer electricidad de la que depende nuestro modo de vida presente fallos hasta el punto de dejarnos sin luz no es responsabilidad del presidente que basa una parte sustancial de su programa electoral en defender el vigente mecanismo de generación eléctrica que se cae por una oscilación atmosférica.

Pues bien, para descifrar la irracionalidad encerrada en el anterior párrafo Jünger nos ofrece dos explicaciones que considero tan certeras como un francotirador. Así, para el caso del imperfecto sistema de producción energética que ya está en marcha y seguirá, aunque no funcione, nos ofrece este razonamiento: «Todo espíritu anticopernicano, si sopesa con cuidado la situación, se dará cuenta de que es infinitamente más fácil el acelerar el movimiento que el regresar a una andadura más reposada. En eso estriba la ventaja de los nihilistas sobre todos los demás. Existe un determinado grado de velocidad para el cual todos los objetos quietos acaban transformándose en una amenaza y tomando la forma de proyectiles».

O lo que es igual, puesto en funcionamiento un modelo técnico fallido, el nihilismo que lo ha iniciado le hará continuar hasta que reviente. Para explicar al pueblo feliz que blanquea al presidente cuyo modelo de generación eléctrica dejó al país sin luz diez horas, tenemos que traer a colación una pequeña historia infantil que nos cuenta el ensayista alemán.

Cuando era niño quería tener una rana y entró a una tienda a comprarla. Pensando en aquel momento, cree que su interés por el anfibio se debía a que le permitía saborear el sentimiento de tener un esclavo. Lo narra así: «Este ser humano me pertenece a mí, es propiedad mía, es posesión mía segura y completa. Ahí se esconde, diría yo, una de las más hondas relaciones posibles. Pero también, desde el otro lado: “Yo soy esclavo tuyo” —¿no es posible imaginarse esa frase pronunciada con un tono que aún no ha sabido encontrar ninguno de nuestros historiadores?—».

Si Jünger pudiese haber leído cómo el pueblo feliz victimiza a su amo cuando acaba de perder su seguridad energética, exonerándole de manera voluntaria de cualquier responsabilidad, se habría dado cuenta de que no son necesarios historiadores para encontrar el tono que mejor corresponde a la relación («yo soy esclavo tuyo») forjada entre el pueblo feliz y su presidente.

Puestos en el lugar del amo y comprobando el tono de sus orgullosos siervos, entiendo que el primero contemple a su agrupación de la misma forma que Jünger consideraba a su rana.