Hay en TikTok una nueva moda: «Escuchamos pero no juzgamos». El juego viral en esta Españita nuestra que mide el éxito en likes y reproducciones consiste en escuchar en familia o en un grupo de amigos opiniones y declaraciones y, pese a la dureza o sorpresa de las mismas, no juzgar. Las reglas son fáciles, viniendo de TikTok tampoco iba a ser una cosa intelectualmente elaborada. Digan lo que digan, el argot de este célebre juego prohíbe el juicio. Sólo eso.

Algunos entrevén en estos vídeos lastimosos una especie de graceja. Está la novia que confiesa una infidelidad, el amigo que asume la culpa de tal faena, la hija que reconoce haber roto aquel jarrón del salón, el padre que por fin dice a su primogénita —las normas del juego se lo permiten— que ya es hora de dejar a aquel novio inmaduro. De este estilo hay cientos de miles de vídeos que inundan las redes, y yo a veces me pregunto por qué se llaman así. ¿Será quizás que atrapan?

Hace tiempo que en España jugamos al «escuchamos pero no juzgamos» y nuestra actualidad política es como uno de estos vídeos tristes, epitafio de una sociedad madura que todavía no pensaba en likes. Descanse en paz. Una de las sensaciones más repetidas en nuestros mayores es aquella de que «ya todo vale». En España está todo permitido y hay quienes se excitan ondeando la bandera de una libertad de pacotilla. Algunas banderas son trapos viejos pero muchos no están preparados para esta conversación.

Esteban González Pons, vicepresidente del Parlamento Europeo y gurú geopolítico de Feijoo, ha escrito que Trump es «el macho alfa de una manada de gorilas» para después añadir que desea que la Iglesia Católica ordene obispas lesbianas rendidas a la izquierda. Otro que se excita con facilidad. De nuevo, el jueguito de «escuchamos pero no juzgamos» nos amordaza y cuando todo vale sabemos que nada vale. Pons es a la política lo que aquellas modelos de OnlyFans: sabe el precio de todo pero el valor de nada.

La ministra de Igualdad, que lleva décadas desfilando de «Manola» en las procesiones de su Valladolid natal, ahora ha pensado que le gusta más la regla de este reto viral que las normas del catecismo. Yo reconozco que me reí cuando, comiendo, el telediario recogió las declaraciones de Ana Redondo: la Constitución que-entre-todos… ampara el derecho a comulgar con independencia de las propias creencias, el género, la raza o la orientación. ¿Cómo de desorientada hay que estar?

La cara de estupefacción de estos vídeos —la madre que descubre al culpable, el esposo que confirma sus sospechas, el amigo traicionado— es hoy la cara de mi Españita, asombrada de tanta fechoría. Algunos como Feijoo arquean la ceja o se encogen de hombros, como evidenciando que ya lo sabían pero la norma de no juzgar es clara. Escuchamos-pero-no-juzgamos, me lo imagino recordando en uno de esos comités de Génova 13. Media oposición es rehén de positivismo y la otra mitad todavía no se ha decidido a apoyar el iusnaturalismo.

El juego presenta un problema grave cuando escapa de TikTok: el hartazgo de la gente o, como diría impostadamente Pérez Reverte, que todos estamos ya hasta la polla. Yo me esfuerzo por cumplir la única norma del juego, pero se me hace tan difícil… En la España de los retos virales no es que el tablero esté inclinado —qué estupenda jugadora es Cayetana—, sino que está dado la vuelta. Y por eso no juzgamos, porque nada peor que levantar sospechas inquisitoriales, porque un dedo erguido parece blasfemo, porque en el fondo es verdad que todo debería valer. ¿O no?

No es cuestión de pasar de los trapos a los cadalsos, pero quizá, acaso, ay, por qué no, tal vez, a lo mejor, podamos al fin reaccionar ante tantas traiciones. Como nos dure muchos años el «escuchamos pero no juzgamos» nacional, el país se nos va a quedar para pasarle un fregado de arriba abajo. Hay quien se ha creído, por la gracia del juego, que juzgar es peligroso, amén de innecesario. Y yo no evito pensar que sin juicios nunca habrá misericordia, que es lo mejor que podemos ofrecer ante semejante miseria.

Pablo Mariñoso
Procuro dar la cara por la cruz. He estudiado Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribo en La Gaceta, Revista Centinela y Libro sobre Libro. Muy de Woody Allen, Hadjadj y Mesanza. Me cae bien el Papa.