«El conservadurismo es en gran medida una etiqueta variable que refleja una postura relativista que no puede, de hecho, conducir a compromisos o a los esfuerzos por conservar algo sustantivo». Este fragmento es parte de un contundente análisis que Patrick J. Deneen en Cambio de régimen: Hacia un futuro posliberal, publicado en 2023 por la editorial Homo Legens.
Deenen, autor de obras como ¿Por qué ha fracasado el liberalismo? (Rialp, 2018), traducido por David Cerdá, señala uno de los problemas más acusados en lo que al concepto de conservadurismo se refiere. Este no es otro que la interpretación que los estadounidenses hicieron de él tras las Segunda Guerra Mundial y la errónea vinculación de lo conservador al liberalismo.
Los Estados Unidos ligaron el conservadurismo a sus propias narrativas de «excepcionalismo nacional, progreso y un destino manifiesto que pasaba a asumir aspiraciones globales». Para Deneen, esto implicaría la inevitable confluencia entre los denominados liberal-conservadores y el liberalismo progresista, pues ambos partirían de la teórica idea de la aspiración de una humanidad hacia la libertad, la prosperidad y la felicidad en todos los términos: económicos, sociales, biológicos, terapéuticos y morales.
Así, lo conservador desaparece y muta en una suerte de liberalismo. Entonces, el conservadurismo estadounidense tendría implícita una filosofía progresista que «instaba a un ritmo más lento de cambio en el ámbito social, a menudo declarando su compromiso con posturas sociales conservadoras». Es decir, la diferencia entre el autoproclamado liberal-conservador frente al progresista sería sólo el tiempo de implementación de los cambios. Porque, en última instancia, todo sería susceptible a ser cambiado y lo conservado dependerá de los desafíos contemporáneos.
En la obra, Deneen sigue señalando las evidentes contradicciones de la base liberal de un conservadurismo estadounidense que «no parece ser otra cosa que un compromiso con un rimo de cambio más lento, mientras que, al mismo tiempo, insiste en unas condiciones de cambio acelerado en el ámbito económico». Esto se ha traducido en el apoyo inquebrantable que los liberal-conservadores le han dado en los Estados Unidos al libre mercado, libre de regulaciones y límites políticos, con conocidos ejemplos como la recordada Reaganomics, la política económica promovida durante la presidencia de Ronald Reagan.
Las consecuencias de estas políticas han provocado, como indica Deneen, «trastornos económicos y cambios vertiginosos que han socavado la estabilidad de las mismas instituciones sociales que los conservadores decían valorar, como la familia, la comunidad y las instituciones religiosas». Por lo tanto, idea que el liberalismo ha implantado de forma progresiva sobre el concepto de conservadurismo no es otra cosa que aceptar los cambios propuestos por el progresismo, pero a un ritmo más lento. A la par, esta percepción ha ido acompañada de la insistencia en acelerar los cambios en el ámbito económico. Así, lo «liberal-conservador» no es más que una postura relativista que no puede aspirar a conservar nada sustantivo.
Un ejemplo español
No ha falta ir a ejemplos muy lejanos para ilustrar las afirmaciones del pensador norteamericano. Bajo el gobierno del PSOE de Felipe González, se aprobó la Ley Orgánica 9/1985, de 5 de julio, que despenalizó el aborto en España en las siguientes tres circunstancias: cuando supusiera un riesgo para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada; cuando el embarazo fuera consecuencia de un hecho constitutivo de un delito de violación y durante las doce primeras semanas de gestación; y cuando el feto presentase «graves taras físicas o psíquicas» y siempre que el aborto se practicase dentro de las primeras veintidós semanas. Pese a que encontró en ese momento la oposición de Alianza Popular, la ley no se derogó durante los gobiernos de José María Aznar.
Y, como no podía ser de otra manera, la bola de nieve creció. Durante el segundo mandato de José Luis Rodríguez Zapatero se aprobó la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, en la que se despenalizaba el aborto durante las primeras semanas, sin límite alguno, y, en casos concretos, hasta las veintidós semanas. Incluso extendía esa norma a las mujeres de 16 y 17 años, donde el consentimiento para abortar quedaba limitado a ellas, sin necesidad de la aprobación de padres y tutores.
Al igual que había sucedido con González y Aznar, a Zapatero le sucedió el PP y Mariano Rajoy con la última mayoría absoluta de la historia de España. Y, de nuevo, los autodenominados liberal-conservadores se pusieron de perfil ante el progresismo: no hubo supresión de la ley de 2010 (al igual que con otras como la Ley de Memoria Histórica) y la reforma que plantearon acabó limitada a que las menores de edad pudieran abortar con el consentimiento de los padres (algo que quedó suprimido en la nueva ley de 2023).
Así, los liberal-conservadores españoles de los años ochenta que trataron de proteger el derecho a la vida, hoy en día se autodenominan defensores del «derecho a decidir», justificándose en el «consenso» y profiriendo afirmaciones como «defiendo un aborto legal, seguro, pero poco frecuente». Quedan así patentadas las tesis de Deneen: aceptación de las medidas impuestas por el progresismo y conservadurismo sí, pero limitado a «conservar» lo implantando por los que en teoría son sus «opuestos» en materia política, humana y moral.
Conservadurismo del bien común
Sin embargo, hay una vía que se opone a ese «conservadurismo liberal»: el conservadurismo del bien común. Ese no es otro que el que recoge y reconstruye los elementos conservadores de la tradición preliberal, la tradición política del «bien común» de Occidente. Es decir, una tradición que no se definía como conservadora, pues era nuestra propia tradición, pero sí que aspiraba a conservar y perpetuar.
Dicha actitud vital es la que buscaba orientación en el pasado, en su filosofía, historia y experiencia. Además, se perpetuaba a través de las generaciones tratando de transmitir esa sabiduría acumulada en el pasado al presente y al futuro. Ésta era la que ponía en marcha proyectos humanos que trascendían la duración de la vida, y que se pueden apreciar en las grandes catedrales. También en los grandes galeones y carabelas que conquistaron los mares, gracias a la transmisión de conocimientos como el principio de Arquímedes, mientras que en las islas de San Lázaro descubiertas por Magallanes sólo podía navegar entre islas porque los nativos observaron que la madera flotaba.
Frente al orden social impuesto por la creencia ideológica de la idea de progreso —compartida por el liberalismo clásico, el liberalismo progresista y el marxismo—, que desarraiga, transforma y desestabiliza, el conservadurismo del bien común apela a la continuidad, el equilibrio, el orden y la estabilidad. La base de este conservadurismo hundiría sus raíces en «las verdades inmutables que puede conocer la razón humana y también presentes en la herencia cristiana de Occidente», los cuales figuraban entre los compromisos políticos constitutivos de sus naciones.
Pero, ¿podría el conservadurismo ser una opción política viable más allá de una etiqueta prepolítica relativista? Podría serlo. En origen, la concepción de conservador se caracterizaba por su escepticismo sobre las teóricas ventajas que se obtendrían mediante la transformación y avances constantes de la sociedad —de nuevo la idea de progreso—, justificando cualquier coste temporal bajo la promesa de una mejora final.
El papel crítico que ha representado durante décadas el conservadurismo (desligado del liberalismo), hoy es una alternativa posible debido a la caída del marxismo, al fracaso visible de los partidos del «progreso» y a la conciencia de la irresponsabilidad de los perjudiciales gobiernos de las élites liberales. Ahora, cada vez más personas se suman a alternativas que, en una afirmación no marxista del poder político de «los muchos» frente a las élites liberales, defienden los objetivos conservadores de estabilidad, normas comunales y solidaridad que ofrecen y protegen las naciones. Además, a diferencia del marxismo y el liberalismo, se aboga por que la élite se convierta en una minoría que trabaje a favor de las preferencias conservadoras de la mayoría. Es decir, este conservadurismo representaría el ideal moderno del antiguo ideal de la constitución mixta.
Dicha vía no buscaría organizar intencional e institucionalmente un orden político de confrontación, sino de cooperación para defender un bien que es común. Por lo tanto, no se gobernaría para minorías, ya que ese bien participaría de las percepciones y experiencias de «los muchos» y «los pocos». La educación humanista sería uno de los pilares de esta alternativa antiprogresista.
¿En qué consiste este conservadurismo del bien común? En primer lugar, se caracterizaría por un alineamiento con el sentido común de la gente corriente, que aguarda en su esencia el espíritu conservador del orden social y político: buscan estabilidad, previsibilidad y orden en un sistema justo.
Al contrario que el liberalismo y libertarismo, el conservadurismo del bien común está a favor de los trabajadores y de las políticas que protegen los puestos de trabajo, de las industrias nacionales, de las políticas de inmigración controladas y del poder del Estado para garantizar las redes de seguridad social.
En el plano social es, valga la redundancia, conservador. Es decir, no aboga por las nuevas corrientes de identidades disruptivas basadas en identidades raciales y sexuales, no está con las corrientes globalistas y rechaza el cosmopolitismo. Al contrario, apuesta por el matrimonio tradicional y enfoca sus políticas al fomento público y mantenimiento de la familia, dando soporte con ayudas públicas al mantenimiento de la infancia o la promoción de la natalidad. Este conservadurismo es también patriótico y partidario de las culturas e identidades nacionales.
Otro fin
Para esta nueva ola conservadora el fin no es llevar hasta el paroxismo la libertad individual y el mercado o hacer de las personas potenciales sujetos revolucionarios. Esta parte de que la primacía de la familia, la comunidad y los bienes humanos sólo pueden garantizarse mediante el esfuerzo de la comunidad política. Y, además, pone en el centro la estabilidad, la continuidad generacional y una economía y unas condiciones sociales que apoyen los modos de vida tradicionales frente a las alternativas progresistas.
El conservadurismo del bien común se presenta como lo necesario, lo ordinario y lo compartido por la gente corriente. Es aquella sociedad de la que nos hablaban nuestros padres y abuelos, en la que la familia estaba en el centro y se daba valor a la estabilidad, la seguridad y las redes sociales tejidas con el estado y los vecinos de tu barrio. En la que había expectativa de prosperar y de echar raíces y que el mundo moderno, el liberalismo y las corrientes marxistas pusieron en jaque.
Patrick Deneen articula y ordena este conservadurismo del bien común con maestría. Y lo hace con la referencia del pensamiento de Occidente: Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Burke o Chesterton. Y, en definitiva, con el ejemplo de una civilización en la que los valores sociales que sustentaban un orden familiar, comunitario, asociativo y religioso fuerte y estable por el que hoy la gente común está luchando y reclamando. Es decir, por la regeneración de unos valores que intentaron volatilizar pero que están resurgiendo de sus rescoldos.